“Entre las primeras manifestaciones escultóricas del siglo XIII valenciano, las tumbas funerarias adquieren un alcance especial. Mal conservadas, apenas fotografiadas, arrinconadas algunas de ellas en espacios subsidiarios de los templos, el valor artístico de sus efigies es innegable, como lo es el literario y epigráfico plasmado en sus laudas sepulcrales, vestigios en todo caso que confían a la representación escultórica y a la escritura el legado de la memoria.

En el entorno de la catedral de Valencia, la tumba del obispo Jazperto de Botonach (1276-1288), cuarto obispo de la sede valenciana, y en particular el rostro de la estatua yacente del difunto, centra la atención por su temprana incursión en el ámbito del retrato. Tal es así que cuando contemplamos la humana belleza de los rasgos faciales o la dignidad gestual que destella el rostro, de inmediato traemos a la memoria los atributos encomiásticos -insólitamente mundanos- narrados en el epitafio de su tumba: “elegante, alegre, hermoso, generoso”. Noble gerundense, amigo personal del rey Jaume I, Jazperto de Botonach fue tempranamente abad de la iglesia de San Félix y sacristán de la catedral de su Gerona natal. Jurista experto, tuvo una alta reputación como abogado y consejero de la corona, interviniendo en la controversia con el papado y la cruzada francesa contra Aragón. Preconizado para obispo de Valencia durante su estancia en la corte papal de Viterbo, mostró gran agilidad en la convocatoria de sínodos y puso especial empeño en acabar con las disputas que originaba la financiación de la catedral. Fue hombre de letras. El erudito y médico Arnau de Vilanova le dedicó, en carta introductoria, su De improbatione maleficiorum.

La estatua yacente de su tumba debe considerarse una de las expresiones más elaboradas del temprano arte sepulcral valenciano. Empotrada la tumba en el muro de una antigua estancia, actualmente oficina del penitenciario en la capilla de san Vicente Ferrer, posiblemente fue trasladada de su emplazamiento original al actual cuando la remodelación neoclásica de finales del siglo XVIII. Allí, la urna de piedra con el epitafio descansa sobre dos sencillos cuerpos superpuestos ornamentados con arquillos apuntados. Encima y ligeramente inclinada hacia el espectador, la estatua yacente de Botonach, con restos de policromía, se exhibe vestida de impecable pontifical, con la cabeza descansada en un cojín, embutida en la mitra, descubriendo una distinguida superficie facial, de suave modelado. La amplia capa pluvial que lo cubre, con profundos y nada acartonados pliegues, dejando ver los pies, con un atildado calzado, nos alerta de su alta e inusual precisión escultórica, ante la cual es difícil sustraerse a la idea de estar ante un controlado retrato del obispo.”

[Joaquín Bérchez y Mercedes Gómez-Ferrer, “Traer a la memoria”, Traer a la memoria. La época de Jaume I en Valencia, Valencia, 2008]

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