Sin duda una de las figuras claves a la hora de comprender la reforma de la catedral de Segorbe es la del obispo Alonso Cano y Nieto (1711-1780)[1], ilustrado trinitario calzado, de una considerable cultura arquitectónica y aficionado a las excavaciones arqueológicas en Sagunto, autor del libro Topographia de Argel, miembro de la Real Academia de la Historia y amigo personal del Antonio Ponz (secretario de la Real Academia de San Fernando, autor del famoso Viaje de España, texto que sirvió de ideario a numerosos prelados a la hora de emprender las reformas de los templos de sus respectivas jurisdicciones, y, además, natural de Bejís, población del obispado de Segorbe). Hombre de su tiempo, Alonso Cano antes de ocupar la silla episcopal en el año 1770, desempeñó —como regalista cabal que era— importantes cargos al servicio del rey: miembro del Consejo de S.M., teólogo de S.M. en la junta de la Inmaculada Concepción, calificador de la Inquisición o censor de libros. Un año antes de ocupar la mitra de Segorbe, en 1769, participó en la redención de cautivos ordenada por Carlos III, desplazándose a Argel, fruto de lo cual sería su Historia de la ciudad y reino de Argel, conocida también como Topographia de Argel, obra que le acompañaría en su retrato para el Capítulo de la catedral de Segorbe. Fue también ministro y general de la Orden de SS. Trinidad en diversas provincias (Castilla, León y Navarra) y colegios (Argel, Túnez, Roma), catedrático de Teología y Sagrada Escritura de la Universidad de Toledo. De gran interés fue su estancia durante seis años en Roma, por los años cincuenta, en calidad de presidente y director de la obra del nuevo Real Convento de Trinitarios Calzados que la provincia de Castilla fundó en Roma, hecho resaltado también, como veremos más adelante, en el mencionado e inédito retrato de la sala capitular.
Al poco tiempo de su nombramiento como obispo de Segorbe, en 1770, se reveló como un eficaz promotor de la agricultura y las manufacturas útiles como remedio de la indigencia. Firme partidario del cultivo de olivares o del plantío de castaños, estableció recompensas entre los agricultores de su diócesis, empeño reformador del que se haría amplio eco Ponz en 1774[2]. Creó Montepíos agrícolas o puso en funcionamiento fábricas de paños (Alpuente) y de trigo (Arcos y La Puebla). Fomentó igualmente la creación de bibliotecas y escuelas, reformó el Hospital y fundó el Seminario de Segorbe en el edificio del antiguo Colegio de Jesuitas. Su afán ilustrado mereció, en 1777, el elogio de la Sociedad Económica de Amigos del País de Valencia: “tan esclarecido por lo ardiente como por lo discreto de su celo”[3].
Cumplidor puntual del ideario tridentino y de la legislación canónica de la Iglesia Romana, aplicó el Ritual Romano de 1614 con un rigor no exento de polémica, o buscó detener la laxitud de la disciplina eclesiástica, aboliendo corruptelas y abusos. Atajó costumbres populares, exhibicionistas de su particular sentir religioso, que atentaban contra el decoro en el culto de las imágenes religiosas, mandando quitar —en ermitas, capillas y pasos procesionales— espontáneos aditamentos de palmas o ceñidores de flores a las estatuas de Cristos. Igualmente, prohibió el agolpamiento y cúmulo de velas en torno a las imágenes, producto muchas veces —como el mismo Cano escribiera— “de una emulación y competencia a sobresalir el clavario” de la cofradía, amenazando con cerrar ermitas y destinar las multas por estos excesos para limosnas a los pobres de las cárceles. Enemigo de los barullos devocionales del propio clero, aplicó con celeridad la normativa del ritual romano, suprimiendo, por ejemplo, el a todas luces excesivo ceremonial dispensado en el interior de la catedral a la imagen de la Cueva Santa, traída en rogativa, acontecimiento que, además de alterar los diarios oficios religiosos de la catedral, concitaba un protagonismo ritual similar o superior al del Santísimo Sacramento.[4] Tapió accesos para impedir el trajín de seglares por lugares reservados al clero o devolvió a los espacios litúrgicos de la catedral la dignidad perdida por la relajación del uso: prohibió los consumos de refrescos y chocolate en la sacristía o el abandono del coro en periodos estivales para cantar vísperas en espacios más frescos.
Con una cultura arquitectónica nada desdeñable, Alonso Cano fue designado tempranamente, por los años cincuenta, para supervisar la construcción de la iglesia y convento de Trinitarios españoles en Roma. A través de las opiniones vertidas en la Aprovación o prólogo que escribe en Roma y en el año 1750 al tratado manuscrito La Architectura Civil, del arquitecto e ingeniero militar español José de Hermosilla y Sandoval (¿-1776)[5], en esos años pensionado en Roma y con el que mantiene estrechas relaciones, descubrimos su honda formación y personalidad en la arquitectura. Por ella desfilan datos y observaciones de su vida religiosa (“arrancome la obediencia de las tareas escolásticas de Alcalá, destinándome a la dirección de la fábrica del nuevo Real convento, que mi Provincia de Castilla acaba de fundar en esta Corte Romana”), o también su conocimiento libresco de arquitectura (“no era tan huésped en la facultad”), afirmando que entre sus estudios había tenido ocasión de “ojear alguna vez el Arte y uso de Architectura” de fray Lorenzo de San Nicolás, o sobre todo el Compendio Matemático y en especial sus tratados de arquitectura, de Tomás Vicente Tosca (“cuia obra tampoco olvidé echar en la Maleta”), obra y autor por los que manifiesta una profunda admiración: “Haviendo hecho ojear los Toscas —afirma refiriéndose al conjunto de los nueve volúmenes del Compendio Matemático— a más de un erudito de esta Corte… me confesaron ingenuamente que no tenía pieza igual la Lengua Italiana. Por lo que tengo leído del francés tampoco tengo especie de que haia en aquella Lengua un Curso matemático tan reducido a método, claridad y concisión”. Abundan igualmente reflexiones sobre la cultura arquitectónica romana —la Antigua y la Moderna— y las consideraciones críticas y distanciadas que le merecen, ofreciendo el interés de la certeza y frescura de estar formuladas desde las inmediatas circunstancias de lugar y tiempo. Muestra por ejemplo un claro desdén, muy hispánico por otra parte, hacia el carácter sobreestimativo y autocomplaciente de la actual y oficial cultura arquitectónica romana: “Pocos ignoran —escribe— que la Italia se ha arrogado entre las demás Naciones la escuela de la Architectura, y que Roma, y sus Architectos están Siglos ha en la posesión de la Cátedra de Prima. Confieso que el gran mérito de Vitrubio, revalidado diez y seis siglos después por Micael Angelo y algún otro, era Título suficiente para esa buena fama. Pero havrán de llevar en paciencia los Romanos de esta era que les confiese con la misma ingenuidad, haverse echado a dormir a tan buena sombra. Quien no crea mis palabras, ay tiene sus obras”. Su admiración —más arquitectónica que arqueológica— por la ruinas clásicas de la Antigüedad romana, compartida con José de Hermosilla, cobra un carácter muy vanguardista, proclive a una exaltada consideración poética[6] de las mismas: “Lo singular que tiene Roma para instrucción de Arquitectos es el conjunto de ruinas y fragmentos ia de Theatros, ia de Arcos, ia de Templos de la era de los Césares, en la magnifizencia de edificios, y la perfección de la Architectura llegaron a su maior auge. Aquí si que un Capitel medio enterrado, una vassa dislocada, un trozo de Cornisón por el suelo, con el resto de la ruinosa antigualla, están escribiendo al aprovechado Architecto un Canon de la más perfecta Architectura”, coincidiendo con Hermosilla en afirmar que “más nos ha arrebatado la admiración algunos de estos desperdicios de lo antiguo, que toda la machina de San Pedro”. El texto de la Advertencia de Alonso Cano permite, a su vez, adentrarnos en la comprensión del consumo —nada pasivo— de la cultura romana por parte de españoles residentes en Roma encargados de las fábricas de templos y conventos, y en este sentido no debemos olvidar que fue otro trinitario español, esta vez recoleto, fray Juan de San Buenaventura, quien, junto al embajador de España el marqués de Castel Rodrigo[7], auspició un siglo antes el proyecto y construcción de la iglesia y convento trinitario de San Carlino alle Quattro Fontane de Francesco Borromini. Frente al ensimismamiento del clasicismo oficial romano, asoma en Alonso Cano reacciones muy selectivas que a pesar de estar teñidas de cierta pasión nacional, como él mismo afirma en algún momento, busca dialogar y ofrecer contrastes en la distancia con el pasado y la actualidad de la cultura arquitectónica española. Así, frente a la “generalidad y especie de maravilla que los Italianos venden en sus escritos” sus obras arquitectónicas, Cano matiza que “sin salir de España tenemos piezas de Architectura así Antigua como Moderna, que no encuentro en Italia”. El acueducto de Segovia y el puente de Alcántara, son para Cano “dos monumentos de la Antigüedad, que no los conserva iguales en magnificencia y duración la Italia toda”, o “la fábrica del Escorial, y la que se está concluyendo del Real Palacio de Madrid exceden incomparablemente en sumptuosidad, mole, riqueza y acierto a quantas he visto en Italia y Roma, sin exceptuar la Basílica de San Pedro. Pues aunque en línea de templo es el mayor en extensión que tenga el Orbe Católico, al fin es un templo y no más, cuia mole no puede competir con el golpe de fábrica del Real Palacio, ni del Escorial”.
Eco de esta empresa romana al frente del nuevo Real Convento de Trinitarios Españoles y expresión de sus afanes arquitectónicos sería también su retrato del Capítulo de la catedral de Segorbe que, como su Advertencia, ha permanecido inédito hasta nuestros días. De medio cuerpo y con una mesa al lado, sosteniendo en la mano derecha una carta y con la izquierda sujetando un volumen de su Topographia de Argel, asoma un plano con la esquina de la planta de un edificio con un frente flexionado cóncavamente, articulado con pilastras también incurvadas y precedido de una escalinata de acceso. Tras un tramo intermedio, la fachada da paso a lo que parece intuirse como una planta elíptica, especificando la pintura un contrafuerte en oblicuo y un pequeño espacio —lateral e inmediato a la fachada, presumiblemente una escalera de caracol— de marcado trazo curvilíneo. Tiene adosada dos dependencias laterales, rectangulares, la más externa subdividida en múltiples piezas, posiblemente celdas, y la más inmediata despejada, con comunicación interna al templo o capilla y con acceso independiente desde la calle. Se trata, sin duda, de la planta del proyecto del convento e iglesia de la Santísima Trinidad de los Españoles en via Condotti, fundado en 1733, trazado en 1741 por Emanuel Rodríguez Dos Santos, arquitecto portugués activo en Roma y discípulo de Carlo Fontana, construido al principio por Giuseppe Sardi[8]. Alonso Cano, que llegó a Roma con el encargo de supervisar su construcción, alabaría la “singularidad de su planta y figura rectángula, con quatro fachadas iguales, de las quatro calles, que la aíslan, su situación en el centro de la Ciudad, su elevación, uniformidad y moderna magnificencia, agregado todo a la novedad, y complacencia, con que hiere el ojo un edificio de esta clase, sacado enteramente de planta”, que para nada desmerecía de las obras más “sumptuosas que entre las Modernas se han levantado en Roma”. Cano encontró errores de consideración en su fábrica por lo que, como el mismo testifica, tras consultar a los “Architectos de más nombre”, confió la dirección de la fábrica al arquitecto español José de Hermosilla, relacionado a su vez con el arquitecto italiano Ferdinando Fuga, en esos momentos preceptor de los pensionado españoles de arquitectura en Roma. La iglesia de la SS. Trinidad de los Españoles, con su fachada en flexión curva ligeramente cóncava, articulada con dobles órdenes de columnas y pilastras y rematada por un doble tímpano curvo y rectilíneo, o con planta elíptica con el eje longitudinal mayor hacia el altar mayor y seis capillas comunicadas, fue sin duda concluida por Hermosilla quien influenciado por algunas composiciones de Fuga —la cúpula de la iglesia de Santa Maria dell’Orazione e Morte— debió actuar sobre la fachada y la cúpula, todo ello bajo la estricta supervisión de Alonso Cano. No cabe duda que esta empresa romana al frente de la fábrica del convento e iglesia de la Trinidad de los Españoles, supuso uno de los hitos más importantes en la vida de Alonso Cano y ello —junto a su Topographia de Argel— se refleja en su retrato del Capítulo de la catedral de Segorbe, por más que algunos detalles entrevistos en la traza pintada en el lienzo, como es la manifiesta oblicuidad curva de algunos de sus miembros, delate la mano de alguien que sustancia y traduce a un clasicismo geométrico muy hispano argumentos compositivos provenientes del medio italiano.
Alonso Cano, cuyas empresas tan bien reflejan el poderoso sustrato cultural de carácter ilustrado que presidió el tercio central de la centuria, anterior a la irrupción institucional de las academias ilustradas en el reinado de Carlos III, no dejaría de evocar —ya obispo de Segorbe— su pasada actividad romana al contestar, en el año 1777, al conde de Floridablanca con motivo de la real circular dirigida a los obispos para que fijasen el control académico en la renovación de los templos de sus diócesis. En ella, rememoró cómo desempeñó un control similar durante los “seis años de residencia en Roma, cuidando de la Suntuosa fábrica del Palacio, Iglesia y Real Colegio que levantó de Planta mi Provincia de Trinitarios de Castilla al Corso”[9].
El encendido deseo de regeneración religiosa que animó al ilustrado obispo, partidario de un rigorismo moral tan ávido de decoro y majestad en la celebración del culto, así como su culta experiencia arquitectónica en Roma, tuvieron su repercusión en la arquitectura de los templos de su diócesis –“cooperó a las fábricas de varias Iglesias, y á que se hiciesen según el gusto de la sólida y sencilla arquitectura”, advierte tempranamente en 1804 Villanueva[10]-, y muy en particular sobre el edificio material de la catedral. Como refiere el Proemio a los sermones predicados en la inauguración de la nueva catedral en el año 1795: “… el delicado gusto del Ilmo. Sr. D. Fr. Alonso Cano y su celo por el decoro del culto, no pudieron mirar con indiferencia el lastimoso estado de su catedral, solicitó y movió con la viveza y actividad, que le eran propias cuantos resortes juzgó oportunos para renovarla y ampliarla, pero todos sus esfuerzos fueron inútiles por las circunstancias que concurrieron en aquella época. Y cuando en otra, al parecer más feliz, excitó y promovió el mismo pensamiento, tenía ya preparado el plano, y prevenido para la dirección de la obra un arquitecto de los más acreditados de España, pagó, por altos juicios de la eterna Sabiduría, el tributo común a todos los mortales”[11]. Debió ser por los años 1777-1780 cuando fraguaría el deseo de renovar la catedral a tenor de las palabras anteriores. Es posible que a este intento se refiera la noticia del concurso promovido al efecto, al cual se presentaron cuatro proyectos para cuyo juicio y elección fueron nombrados los pintores José Vergara y José Camarón[12], noticia a primera vista desconcertante para los años 1778-1780, habida cuenta de la existencia de la Real Academia de San Carlos y de su sección de arquitectura, pero también comprensible dadas las tensas relaciones entre los representantes de las distintas artes por las continuas intromisiones de pintores y escultores en las cuestiones arquitectónicas, de la cual esta circunstancia sería una más entre las ya conocidas[13]. No debieron convencer al obispo las trazas presentadas o también es plausible que mediara el consejo de su amigo Ponz, entusiasta favorecedor de las reformas en el obispado del que era natural[14], puesto que —siempre según las palabras del citado Proemio— su realización iba a encargarse a un arquitecto “de los más acreditados de España”, posiblemente de la Real Academia de San Fernando.
En este sentido, debemos recordar que durante los años a los que se refiere la elaboración de estas primeras trazas se construyó la iglesia de Sot de Ferrer, que junto a la renovación de la catedral de Segorbe, constituye la muestra más monumental e importante de la huella dejada por el episodio clasicista del academicismo ilustrado en el obispado. Y también en buena medida expresión directa de los afanes del prelado Cano. Porque, en efecto, Alonso Cano fue uno de los obispos más madrugadores a la hora de aplicar las reales circulares promulgadas el 23 y 25 de noviembre de 1777, dirigidas a los “Prelados del Reyno” y en la que se establecía la obligación de presentar a la Academia de San Fernando todo tipo de proyectos de obra religiosa para su aprobación, propiciando que al margen de la Academia de San Carlos de Valencia -carente en esos momentos de dicha prerrogativa- se realizasen diversas obras proyectadas por los más importantes arquitectos de la Corte. El carácter ilustrado de esta real orden, que se avenía perfectamente a la nueva sensibilidad religiosa, cercana a la mentalidad jansenista[15], halló inmediato acomodo en los distintos prelados de las diócesis valencianas[16], vinculados a Antonio Ponz, quien desde su puesto de secretario de la academia madrileña fue el principal mentor de la real orden. A esta circunstancia responden obras[17] como el proyecto de Ventura Rodríguez para el altar-tabernáculo de la colegiata de Xàtiva (1778) o el de la iglesia parroquial de Elda (Alicante) (1778)[18], el de Francisco Sánchez, discípulo de Ventura Rodríguez, para la iglesia de San Bartolomé de Petrel (Alicante) (1778) o el de Sot de Ferrer (Castellón) (1778), probablemente de Miguel Fernández, director de la sección de arquitectura de la Academia de San Fernando y ya conocido en Valencia por su proyecto para el monasterio e iglesia del Temple (1761-1785). Cano hizo efectiva la real orden al remitir a la Academia de San Fernando para su aprobación un proyecto para la iglesia de Sot de Ferrer, realizado por el maestro de obras valenciano Mauro Minguet, arquitecto del marqués de Valdecarzana, dueño del lugar. Con fecha del 19 de enero de 1778, la comisión de arquitectura, integrada por Miguel Fernández en calidad de director de arquitectura y perspectiva, Pedro Arnal, teniente director, y José Moreno, académico de mérito y director de matemática, elaboró un informe muy crítico con el proyecto de Mauro Minguet[19]. Ventura Rodríguez, que no había podido asistir a la junta por estar indispuesto, remitió al día siguiente un breve informe en el que, de una forma general, abundó en las críticas de sus compañeros, apoyando la reprobación del proyecto. Tras la censura académica, sólo sabemos que se remitieron dos proyectos realizados por arquitectos de la Academia de San Fernando.
Es muy probable que el proyecto elegido fuera del propio Miguel Fernández, arquitecto de la misma generación que Diego de Villanueva y José de Hermosilla. Como éste último fue pensionado por la arquitectura en Roma, en donde permaneció entre 1747 y 1758. Estudió bajo la dirección de Luigi Vanvitelli y tuvo estrecho contacto con Ferdinando Fuga y su obra romana. En 1748 dibujó en compañía de José de Hermosilla el Hospital Apostólico de San Miguel de Roma. Es posible que durante su estancia en Roma conociera a fr. Alonso Cano en esos años también en Roma y muy vinculado, como hemos visto, a Hermosilla. De regreso a España fue nombrado Delineador de las obras del Palacio Real de Madrid, bajo la dirección de Francisco Sabatini, con quien colaboró asiduamente, ascendiendo en breve —1760— al cargo de Teniente director. Su obra valenciana del monasterio de Montesa, conocida como el Temple (1761 en adelante), trazada en estos iniciales de su carrera profesional, marcada por el directo contacto la realidad romana y con los principales arquitectos de episodio romano setecentista de la mitad del siglo, acusa estas influencias[20]. La iglesia de la población de Sot de Ferrer, construida entre los años 1778 y 1787[21], de planta de cruz latina y sin capillas laterales, con sus lacónicas y potentes superficies murales ordenadas por apilastrados dóricos con mútulos en el entablamento, nave organizada con el tramo rítmico al modo triunfal, y bóveda de cañón con casetones de concepción ciclópea, produce un poderoso efecto de solidez geométrica y fuerza clásica solo aliviado por el vernacular azul cerámico de la cúpula y los campaniles. La sobria y vigorosa monumentalidad enladrillada de su exterior, visualmente muy destacada aun hoy día desde el camino que lleva de la costa a la ciudad de Segorbe, con la potente cúpula sobre tambor o la fachada con campaniles, pilastras gigantes, entablamento y ático muy, es sin duda producto de un clasicismo plural en el que surgen lejanas evocaciones compositivas lo mismo de la fachada de San Pedro de Roma que de la obra escurialense, un clasicismo versátil que no olvidaba declinar la realidad española del Escorial y que no desentonaba con las ideas estéticas y litúrgicas del obispo Cano.
De lo que no cabe duda es que tanto el desconocido proyecto de catedral, como el de la iglesia de Sot de Ferrer, como a su vez el de otras iglesias de la geografía valenciana que en esos años comenzaban a realizarse –tal era el caso de la intensa renovación clásica de la catedral de Valencia, emprendida en 1774-, aún en su misma diversidad clasicista, tuvieron que evidenciar el estado de precariedad física y estética de la catedral de Segorbe. El obispo historiador de la diócesis de Segorbe, Francisco de Asís Aguilar, en 1890, quien parece parafrasear algún texto contemporáneo a los años inmediatos a la reforma, describe la percepción del estado de la catedral con estas palabras: “…acariciaba el Prelado la idea de ampliar la catedral, pequeña para la población, sobre todo habiendo de servir para los ministerios catedralicios y parroquiales, cuya fábrica en parte ruinosa, notable estrechez, mezquina arquitectura, la deformidad de los pesados adornos churriguerescos con que fue agobiada en los últimos años del anterior siglo, y el destrozo que estos mismos adornos habían padecido por la poca solidez de su materia y enormidad de su peso, presentaban a la vista la más irregular y fea perspectiva”[22].
[1]Sobre la personalidad de Alonso Cano, véase: AGUILAR, F. A., Noticias de Segorbe y de su Obispado por un sacerdote de la diócesis, Segorbe (1890) 1983, 2, pp. 553-578; LLORENS RAGA, P., Episcopologio de la Diócesis de Segorbe‑Castellón, Madrid, 1973; y CARBONELL BOIRA, M.J., y DÍAZ BORRÁS, A., “Alonso Cano, un obispo ilustrado: Del proyecto de renovación de la catedral de Segorbe a la Historia de Argel”, Instituto de Cultura Alto Palancia, 3, 1996, pp. 87-96.
[2] “Es de opinión este prelado –afirma Ponz aludiendo a Alonso Cano- que si despertasen del letargo, o por otra disposición se plantasen de olivares los secanos y territorios que hoy están yermos, bastaría este producto para igualar en su valor a todas las cosechas juntas”. PONZ, A., Viaje de España, ed. Aguilar, t. 1, Madrid, 1988, p. 737.
[3] Instituciones económicas de la sociedad de Amigos del país de Valencia, Valencia, 1777, p. XIII, cit. por AGUILAR, F.A., Noticias de Segorbe…, 2 , p. 564.
[4]“Habíase traido poco antes en rogativa á esta catedral la Imagen de la Cueva Santa, y vio el obispo se observaban varias prácticas antilitúrgicas en su culto. Tales era, que mientras la Imagen estaba en la catedral, se le encendían más velas que al Santísimo Sacramento, aunque estuviera expuesto; que no se celebraban funerales en la catedral; que se cantaba diariamente la Misa a la Virgen, sin tener privilegio para ello; que para dar lugar á esta Misa, el cabildo cantaba los oficios en la capilla del Salvador; que un sacerdote revestido como para llevar el Santísimo Sacramento y acompañado de otros cuatro ó seis con luces retiraba cada tarde la venerable Imagen; que al retirarla del altar, se la reservaba en el sagrario con el Santísimo Sacramento; y que al sacarla cada mañana se la llevaba con el mismo ceremonial”, AGUILAR, F. A., Noticias de Segorbe…, 2, pp. 568-569.
[5] El tratado manuscrito de José de Hermosilla, con observaciones sobre la Aprovación de fr. Alonso Cano, fue dado a conocer por RODRÍGUEZ RUIZ, D., “De la utopía a la Academia. El tratado de arquitectura civil de José de Hermosilla”, Fragmentos, núm. 3, 1984, pp. 57-80. Se conserva en la sección de manuscritos de la Biblioteca Nacional de Madrid (Sign: Mss/7573). Véase el texto completo de la Aprovación en el Apéndice II
[6] Rodríguez Ruiz, D., p. 62.
[7]Véase al respecto RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, A., “Fracisco Borromini y España”, en G. C. Argan, Borromini, Xarait Ediciones, Madrid, 1987, pp. 8 y ss.
[8] TORMO, E., Monumentos españoles en Roma y de portugueses e hispanoamericanos, Madrid, 1942, II, pp. 38-39; Portoghesi, P., Roma barocca, Roma-Bari, 1984, pp. 428-429; PANE, R., Ferdinando Fuga, Nápoles, 1956, p. 46; RODRÍGUEZ RUIZ, D., p. 61.
[9] “Respuesta del Obispo de Segorbe, Alonso Cano, a la circular remitida por el Conde de Floridablanca “, 1777, Archivo de la Real Academia de San Fernando, Madrid, 2-32/7, documento expuesto en la Exposición La Luz de las Imágenes y con ficha a cargo de Elena Sánchez en el Catálogo de la misma.
[10] VILLANUEVA, J., Viage Literario á las Iglesias de España le publica con algunas observaciones don Joaquín Lorenzo Villanueva, Capellán Mayor y Predicados de S.M., y rector de los Reales Hospitales General y de la Pasión de Madrid, Madrid, Imprenta Real, 1804, t. III, p. 109
[11]AGUILAR, F. A., Noticias de Segorbe…2, p. 576.
[12]LLORENS RAGA, P., Episcopologio…, p. 439; CARBONELL BOIRA, M.J., y DÍAZ BORRÁS, A., Alonso Cano, un obispo ilustrado…, pp. 87-96.
[13]BÉRCHEZ, J., Arquitectura y academicismo en el siglo XVIII valenciano, Valencia, 1987, pp. 81 y ss.
[14]En el autorretrato de Antonio Ponz, figuraba adherido al dorso de su primitivo bastidor un epígrafe, manuscrito en papel, que comenzaba: “Don Antonio Ponz, nació en 1725 en la villa de Bexix, obispado de Segorbe, Reyno de Valencia…”, véase FRANCÉS, J., “El autorretrato de D. Antonio Ponz”, en Homenaje conmemorativo de D. Antonio Ponz en la sesión inaugural del año académico de 1925 a 1926, Real Academia de San Fernando, Madrid, 1925, p. 21.
[15] BÉDAT, C., L’Académie des Beaux-Arts de Madrid, 1744-1808. Contribution à l’étude des influences stylistiques et de la mentalité artistique de l’Espagne du XVIIIe siècle, Toulouse, 1974, pp. 332 y ss. ; RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, A., « La reforma de la arquitectura religiosa en el reinado de Carlos III. El neoclasicismo español y las ideas jansenistas », Fragmentos, núms. 12-13, 1988, pp. 115-127; CHUECA GOITIA, F., “La arquitectura religiosa en el siglo XVIII y las obras del Burgo de Osma”, Archivo Español de Arte, núm. 88, 1949, pp. 287-317.
[16]Por ejemplo, Francisco Fabián y Fuero, arzobispo de Valencia, con motivo de recibir la real orden comunicó a la Academia de San Fernando, el 5 de diciembre de 1777, que había impreso por su cuenta la real orden exhortando a sus diocesanos su cumplimiento. Advertía además que él mismo había tomado medidas similares. Su rechazo de las prácticas religiosas de las cofradías era muy similar a la del obispo Aloso Cano. Se alarmaba de la multitud de velas que se encendían a los santos patrones, de la proclividad de las juntas de fábrica de las parroquias a levantar costosos monumentos en el día de sus patronos, de la exagerada emulación entre ellas, de los peligros de incendio, etc. Véase BÉDAT, C., L’Académie des Beaux-Arts de Madrid…, p. 337, y RODRÍGUEZ G. DE CEBALLOS, A., La reforma de la arquitectura…, p. 120.
[17]Sobre el eco directo de estas reales órdenes en las diócesis valencianas y en particular sobre el proyecto de iglesia para Petrel (Alicante), véase: BÉRCHEZ, J., “El proyecto de Francisco Sánchez para la iglesia de Petrel, un ejemplo de la fortuna de la arquitectura académica en el obispado de Orihuela”, Academia, nº 67, Madrid, 1988, pp. 235-264.
[18]El proyecto de iglesia para Elda (Alicante) de Ventura Rodríguez, en TOVAR MARTÍN, V., “Datos en torno a Ventura Rodríguez y otros arquitectos de su época”, en Estudios sobre Ventura Rodríguez (1717-1785), Madrid, 1985, pp. 339-341.
[19]BÉRCHEZ, J., “Miguel Fernández y la opción del clasicismo cortesano en Valencia”, en Francisco Sabatini 1721-1797. La arquitectura como metáfora del poder, Catálogo de la Exposición, Electa, Madrid, 1993, pp. 371-383.
[20]El conocimiento de Miguel Fernández de la realidad arquitectónica valenciana a través de su proyecto para el monasterio del Temple, por medio de las consultas del arquitecto cantero Diego Cubillas (ya que nunca estuvo en Valencia), el hecho de que sea su propia letra la que se aprecia en la redacción del informe crítico, pero también las características arquitectónicas de la obra resultante, inclinan a pensar en él como el autor de la traza y no en otro de los componentes de la junta de comisión de arquitectura de la Academia de San Fernando. Por otra parte, Diego Cubillas, muy vinculado a Fernández, demuestra numerosos préstamos compositivos de la de Sot de Ferrer, en la reedificación y ensanche de la iglesia de Gaibiel, del obispado de Segorbe, cuyos planos fueron aprobados “con cierta limitación” en junta de comisión de arquitectura de la Academia de San Carlos del 7 de noviembre de 1791. Véase el informe elaborado por la Academia de San Fernando en BÉRCHEZ, J., Miguel Fernández y la opción…, pp. 371-383.
[21] Noticias sobre la construcción del templo de Sot de Ferrer y las circunstancias que rodearon las desavenencias entre el obispo Alonso Cano y el marqués de Valdecarzana, narradas en un manuscrito de la época, en David SOLSONA MONTÓN, D., Sot de Ferrer. Datos y noticias históricas, Sot de Ferrer, 1971, ejemplar mecanografiado en el archivo de la iglesia.
[22]AGUILAR, F. A., Noticias de Segorbe…, 2, p. 576