Luis Fernández-Galiano
Soneto salomónico y acróstico
Juntando arquitecturas y penumbra
Organizas un mundo de fragmentos
Allí donde el tratado vio elementos
Que sólo tu mirada nos alumbra.
Uniendo historia y arte se acostumbra
Inventar la ficción con reglamentos:
No así tus ojos sabios y violentos
Barrocos como el genio que vislumbra
Excéntricos detalles, espirales,
Retorcidas columnas en hilera,
Cuerpos torsos y oblicuos soportales.
Haciendo palpitar la piedra quieta
En un pliego de imágenes sensuales
Zanjas al fin con aire la materia.
Has elegido ‘Arquitectura, placer de la mirada’ como título de tu exposición, y no puede ser más adecuado, porque en efecto tus fotografías remiten, más que a la vetusta venustas vitrubiana, a la voluptas de Alberti, un genuino placer sensual y deseo erótico no diferente al que manifestaban los personajes de la Hypnerotomaquia Poliphili, que aspiraban a hacer el amor entre ellos y con las obras de arquitectura desdibujando los límites entre cuerpos y edificios, un poco a la manera del Nietzsche que se imaginaba transformado en las piedras y los pórticos de los palacios genoveses, paseando por ellos como si recorriese su propio interior, y así nos provocan tus fotografías, que nos mueven a tocar y acariciar los detalles que representan con voluptuosa minuciosidad, quizá como el Jacques Herzog que se filmó lamiendo una maqueta, y ese es el motivo por el cual te he escrito un soneto que es un homenaje a tus imágenes y, mediante ellas, a las arquitecturas que nos haces desear a través de sus fragmentos, una composición que llamo
Soneto salomónico y acróstico
porque quiere trenzarse sobre sí misma de la misma forma que tus columnas se enredan como cuerpos de amantes, acaso también sabios, y que desde luego se beneficia de la circunstancia feliz de las catorce letras de tu nombre, un soneto que gloso aquí para sustituir al prólogo que no he querido escribir, porque tantos lo habían hecho ya antes con sensibilidad e inteligencia, lo que haría mi texto un tanto redundante, y que comienza
Juntando arquitecturas y penumbra
de forma inevitable, al ser luces y sombras las herramientas con las que tu pupila de historiador y fotógrafo representa el universo construido, y así
Organizas un mundo de fragmentos
ya que fragmentaria es tu mirada, como ha sabido ver agudamente Jaime Siles, pero de unos fragmentos que se integran en una visión global, formulando su propia utopía estética, y lo hace
Allí donde el tratado vio elementos
aludiendo a esa tardía floración tratadística que va del Précis de Durand a Reynaud o Guadet, donde la arquitectura se despieza y recompone con elementos constructivos y sintácticos
Que sólo tu mirada nos alumbra
porque la singularidad de la visión transforma las piezas del mecanismo en fogonazos de reconocimiento, iluminaciones para ‘alumbrados’, poseídos del furor y el fervor de la arquitectura, un éxtasis estético que hago contrastar con el retórico
Uniendo historia y arte se acostumbra
para subrayar que tu condición de historiador del arte no te ha contaminado con la rutina de los hábitos académicos, al cabo aficionados a
Inventar la ficción con reglamentos
lo que pretende aludir a los acartonamientos burocráticos de la representación convencional, con frecuencia enfrentada a la genuina creación intelectual y artística
No así tus ojos sabios y violentos
que en efecto reconcilian la erudición histórica con la determinación ávida o voraz o codiciosa del predador de imágenes, guiado por su conocimiento tanto como por su instinto, y cuyos ojos califico de
Barrocos como el genio que vislumbra
porque barroca es sin duda tu mirada, barrocas las arquitecturas que has contemplado con mayor delectación, y barroco el talento que despliegas en tu cacería de ojeo, persiguiendo
Excéntricos detalles, espirales
como espiral es el remolino de ese vértigo que te arrastra y nos arrastra sin remedio, y como excéntrica es tu lente de fotógrafo, siempre en busca de lo inesperado o de lo insólito a través del zoom vertiginoso hacia el detalle, o bien encantado de representar
Retorcidas columnas en hilera
que son casi tu signo de identidad, presentes en más de una portada, apocopadas por Antonio Bonet con una aliteración clínica y exacta, “columnas que copulan”, y que se unen en esta fiesta dionisíaca de la carne pétrea a
Cuerpos torsos y oblicuos soportales
refiriéndome a la empatía erótica de tus fotografías escultóricas, o a los fragmentos torneados de seducción orgánica que inevitablemente ornamentan las fachadas, y glosando a la vez esa devoción que compartes con Juan Antonio Ramírez por el Caramuel de la arquitectura civil recta y oblicua
Haciendo palpitar la piedra quieta
como el propio Caramuel en Vigevano, de manera que el oxímoron de la materia inerte y viva, aunque animada sólo tras recibir tu soplo genesíaco, se confunde con el doble perfil del obispo tratadista y arquitecto, escritor y constructor que encerraba las obras
En un pliego de imágenes sensuales
mostrando encuadernadas las figuras fascinantes que permiten al historiador del arte desempeñar ese oficio de seductor que ofrece su mercancía a la mirada, desde el Burckhardt que llevaba a clase su gran carpeta de láminas y renunció a enseñar en Karlsruhe porque no dibujaba suficientemente bien o el Wölfflin que le sucediera en la cátedra de Basilea para introducir la después canónica doble proyección, y hasta los profesores rehenes del Powerpoint contemporáneo, mientras tú
Zanjas al fin con aire la materia
rematando el terceto parcialmente asonante con una declaración acaso demasiado pomposa, pero que quiere utilizar la zeta final del alfabeto y tu apellido para zafarse del compromiso en que me pusiste, zanjando el asunto o la materia con el fluido leve donde se desvanecen tus fotografías y mis palabras, mientras la materia táctil permanece testaruda, resistente en el tiempo y acaso en la memoria de los que la deseamos en silencio, amantes secretos de la arquitectura, víctimas felices de su placer adictivo e innombrable.
[Luis Fernández-Galiano, “Joaquín Bérchez, el placer de la arquitectura”, Arquitectura, placer de la mirada, 2009]