Enseñar deleitando

Mercedes Gómez-Ferrer

Arquitectura, placer de la mirada no puede ser un título más sugerente y a la vez un elocuente compendio de la trayectoria artística de su autor, Joaquín Bérchez, cuya última y quizá más personal muestra de fotografías acaba de inaugurarse en la Sala de Exposiciones de la Escuela Técnica Superior de Arquitectura en la Universidad Politécnica de Valencia, donde permanecerá hasta su clausura el 30 de octubre, coincidiendo con la celebración del VI Congreso Nacional de Historia de la Construcción. Una escogida selección de una treintena de obras, sirve de pórtico a la exquisita publicación que la completa, con sugerentes textos de los prestigiosos Luis Fernández-Galiano y Miguel Falomir. En ella, a modo de retrospectiva, una centena de fotografías, muchas de las cuales han sido dadas a conocer en destacadas exposiciones internacionales como las celebradas en Vicenza o New York, entre otras, pero también algunas inéditas expresamente escogidas para este catálogo, van encadenando los temas principales de la producción fotográfica de Bérchez.

Fernández-Galiano quien se reconoce provocado por esta extraordinaria colección fotográfica dedica un soneto acróstico de fascinantes sugerencias parar abrir admirado el conjunto de imágenes, al tiempo que Falomir destaca los magníficos recursos expresivos de las fotografías de Joaquín Bérchez. Ambos admiten disfrutar de las insólitas propuestas que revelan una seducción estética para “los amantes secretos de la arquitectura”, porque de arquitecturas o mejor dicho de fotografía de arquitecturas es fundamentalmente de lo que estamos tratando. Tras unas palabras de tal calado, el lector pasa a convertirse en absorto contemplador de las imágenes que a continuación desfilan esmeradamente reproducidas, y a su vez acompañadas por unos poéticos títulos, insinuaciones que, de todas formas, permanecen abiertas a la imaginación. La visión de esta exposición y del libro que la amplía sin duda nos hará reaccionar, no creo que podamos permanecer impasibles ante un conjunto tan cuidadosamente seleccionado y presentado.

Aunque una exposición es casi un acto impúdico en el que uno puede llegar a sentirse prácticamente desnudo frente al público; una retrospectiva, conduce de forma mucho más despiadada frente a uno mismo. En un proceso de meditada reflexión, el autor se ve obligado a escoger entre su propia obra para mostrarse como artista, definiendo sus propios sentimientos ante su trabajo. Con estas premisas, no debe sorprendernos la capacidad de Joaquín Bérchez para haber dado una madura coherencia a sus más de siete años de fotografía pública, por otra parte, firmemente sustentados en su brillante carrera universitaria como historiador del Arte con la cámara de fotos siempre en la mano. Al contemplar el catálogo se reconocen inmediatamente los pilares que sostienen esa labor, la arquitectura y su materia, el lenguaje arquitectónico, el fragmento y el espacio, el reflejo de la luz y la incidencia de las sombras, detalles reveladores y extrañas formas, las geometrías y volúmenes, los juegos ópticos que desenmascaran la inteligencia de los autores del pasado… y que traducen la propia admiración y el placer que siente Joaquín Bérchez al mirar la arquitectura, y sobre todo al hacérnosla mirar a los demás. Pero la arquitectura no puede prescindir de las personas y a esta mirada, a veces abstracta, o más bien de personas abstraídas por la propia magnitud de los edificios, -creo adivinar que no son solamente una escala sino una referencia imprescindible para comprenderla-, se empieza a sumar una visión más humanizada con novedosos temas como reflejan las series de México D.F. o New York. Ciudades de amplias escenografías o peculiares interiores en las que seres anónimos desarrollan su trascendente o anecdótica peripecia vital, ofrecen originales matices a su obra. Estas propuestas estaban ya latentes en muchas de las fotografías iniciales pero cobran un insólito sentido narrativo en las más recientes, convirtiéndose en muchos casos en el del Bérchez más desprejuiciado.

En el fondo, ese haberse reconocido -inicialmente de forma intuitiva, posteriormente de manera plenamente consciente- como fotógrafo de arquitecturas, plantea una opción de una gran exigencia que se refleja en su obra. Joaquín Bérchez es extremadamente estricto en su forma de enfrentarse a la fotografía y siempre me ha fascinado la rotundidad y tenacidad que demuestra frente a todo lo que se propone. Que a pesar de su manifiesta obsesión por la perfección, sus fotografías no sean vacías ni frías, rigurosamente académicas, sino todo lo contrario es fruto de su deseo por revelarnos esencias que solos nunca habríamos descubierto. En lo más profundo sigue latiendo el espíritu del que sabe enseñar; yo al menos, siempre me sentiré aprendiendo delante de sus fotografías. Están llenas de sugerencias, de segundas intenciones, o son francas y claras, a veces obligan a una ulterior mirada o se captan en un solo golpe de vista, son cultas para quien quiera formarse o deleitables para quien quiera disfrutar, o es más, si uno puede, ambas cosas a la vez.

[Mercedes Gómez-Ferrer, “Enseñar deleitando”, Levante, 16/10/2009]