Juan Lagardera
A poco de conmemorarse en 2017 el segundo bimilenario de la muerte del poeta latino Ovidio, una exposición fotográfica sobre los paisajes actuales que recorrió el conocido autor de las Metamorfosis, y un curso dedicado a su obra y la repercusión que su legado clásico ha ejercido sobre las artes y la literatura europea se van a concentrar a partir del próximo 30 de marzo en la localidad riojana de Nájera, en su reconocida Escuela de Patrimonio Histórico dependiente del Ministerio de Cultura. Los impulsores de la muestra son padre e hijo, Joaquín y Esteban Bérchez, el primero catedrático de historia de la Arquitectura de la Universidad de Valencia y reconocido fotógrafo, padre del segundo, joven filólogo cuya tesis doctoral se centra, precisamente, en la biografía de Ovidio y en las dudas que suscita su supuesto destierro en el Ponto, la actual Dobrucha rumana en el delta del Danubio, donde pudo morir Ovidio.
La figura del poeta Ovidio es transcendental para la cultura europea y su influencia es profunda en escritores, pintores e incluso músicos, pues al compendiar la historia y la mitología del mundo clásico creo paradigmas morales e incluso plásticos que durante siglos sirvieron de inspiración a muchos creadores. La personalidad de Publio Ovidio Nasón (Sulmona, 43 a.C.-Tomis, 17 d.C.), fraguada en su obra poética –desde el Arte de Amar y las citadas Metamorfosis hasta sus obras del destierro Tristezas y Cartas desde el Ponto–, cristaliza con una nueva vida y alumbra imprevistos paisajes culturales más allá de la pintura y la escultura, incluyendo la arquitectura y las ciudades.
El curso organizado en torno a Ovidio cuenta con reflexiones plurales sobre los paisajes poéticos y reales de la arquitectura y de las ciudades vividas y evocadas por el poeta (Sulmona, Roma, Tomis), contempla el metamorfismo de inspiración ovidiana en las artes de los siglos XVI y XVII, en especial en Tiziano y Rubens, o la exaltación, en el siglo XIX, de su leyenda personal considerada desde el género paisajístico (Turner y Delacroix). Muestra asimismo otras expresiones del patrimonio ovidiano, como es el sensorial y sonoro de la recitación de sus poemas, entre ellos los dedicados a la “sangre de la tierra” –el vino–, la evocación literaria del Mar Negro y del destierro póntico de Ovidio, cruzada por la memoria personal, o la narración fotográfica de la dispar sombra de su confinamiento en el mapa de las actuales Constanza y Sulmona. Entre otros especialistas, cabe destacar la presencia de los valencianos Miguel Falomir –director adjunto del Museo del Prado– y José Luis Vidal –catedrático de Filología clásica en la Universidad de Barcelona–, junto a Victor I. Stoichita, Anna Maria Coderch, Esperanza Guillén, Vicente Cristóbal y los citados Joaquín y Esteban Bérchez.
PHOTOGRAPHICA OVIDIANA
En paralelo al congreso se inaugura la exposición fotográfica del propio Joaquín Bérchez, llevada a cabo en sendos viajes a lo largo de un lustro junto a Esteban Bérchez, recorriendo las ciudades en las que vivió Ovidio, una muestra fraguada finalmente en Valencia que ha contado con la colaboración de Juan Peiró en la edición de un vídeo, y de Carlos Martínez en la impresión de las fotografías, y que al término de su estancia en la localidad riojana visitará Alicante y la propia Valencia.
La muestra, titulada Photographica Ovidiana. Tomis 2011-Sulmona 2015, pone el énfasis en el destierro del poeta, sobre el que pesan muchas incógnitas. Las obras que escribió en ese periodo no han tenido demasiada fortuna. Tristezas y Cartas desde el Ponto compuestas por Ovidio en sus últimos diez años de vida y desde Tomis, la actual Constanza, en la costa del Mar Negro, apenas han contado con recreaciones, y menos desde el ámbito de la fotografía, de ahí el interés por el trabajo elaborado por Bérchez.
Las más de cincuenta fotografías que componen esta Photographica Ovidiana buscan recrear, desde la ficción fotográfica, el paisaje emocional del destierro de Ovidio, motivado por la abrupta pérdida de presente en lejanas tierras de frontera. Por ellas discurre la magnitud topográfica de su leyenda poética, como es la de los actuales escenarios vividos en torno a las estatuas o placas de calles y plazas conmemorativas de su persona. La solemne estatua de Ovidio del año 1887 de Ettore Ferrari, por ejemplo, enclavada en la singular escenografía de la Piata Ovidiu de Constanza y flanqueda por una dispar constelación histórica de edificios como el Museo de Historia y Arqueología, la Mezquita de Mahmudiya y el edificio Romano del Mosaico. “Ante su presencia y el aura ciudadana que esparce a su alrededor –explica Joaquín Bérchez–, nos asalta el interrogante de suponer que gracias a esta estatua, o también a las exaltaciones ovidianas del callejero rumano, el recuerdo de Ovidio exilado en Tomis habría quedado ceñido sólo a un importante pero exclusivo patrimonio poético y escrito. La estatua y las placas callejeras proporcionan sin duda visibilidad, forjan una imaginería de la memoria, del recuerdo poético, hasta entonces reservados a poetas y lectores de la obra ovidiana del destierro”.
Pero afloran también en esta exposición aquellos lugares impregnados por ese rumor invisible ovidiano evocado ya en el siglo XIX por Aleksandr Pushkin, en su poema A Ovidio (“Tu desolado llanto celebró estos lugares / y de tu tierna lira la voz no ha enmudecido. / Están estos parajes de tu rumor repletos”). Y es desde este ánimo como numerosas fotografías buscan evocar la suavidad del recuerdo reclamada por Ovidio tanto en los campos de trigo y girasoles de la región de la Dobrucha, el puerto al Mar Negro –el Ponto Euxino- o el delta del río Danubio –Istrio-, como en los sedimentos clásicos de frisos y lápidas griegas en Histria, o de anclas, ánforas y mosaicos romanos de Constanza.
En este singular juego de espejos se nos muestra también Sulmona –su patria–, en la provincia italiana de l’Aquila, invocada desde la nostalgia y el infortunio de la soledad. Al igual que la Constanza del destierro, la ciudad natalicia de Ovidio abunda en logros artísticos, y de ello da buena cuenta la instalación fotográfica de siete unidades en torno a la libresca estatua de Ovidio, de cuerpo entero, con hábitos doctorales sobre un pedestal y aupado en un voluminoso libro. Esculpida en el año 1474, la admiramos actualmente en el atrio del palacio de la SS. Annunziata, en el corazón del bello centro histórico de Sulmona. El título con el que Joaquín Bérchez rotula su fotografía (“Ovidio en su anaquel”) no deja lugar a dudas de su intención fotográfica: “captar un simulacro de atlante inverso, es el libro el que aúpa la figura del poeta, la cual aprieta en sus manos otro libro. Es en definitiva, un monumento-libro al modo escultórico actual, que encarna la obsesión por la posteridad poética, pero, sobre todo, escrita, materializada en libro”, explica el autor.
[Juan Lagardera, El renacimiento del poeta Ovidio, posdata/Levante, 26 de Marzo de 2016]