El poeta y dramaturgo valenciano Gaspar Aguilar, promotor de la Academia de los Nocturnos, al poco de inaugurarse en 1616, describió el otro gran núcleo del Colegio del Patriarca, con estas palabras: “El claustro hermoso, labrado, de mármol terso y bruñido, con columnas y con arcos, con ménsulas y obeliscos”.
Su construcción estuvo mediatizada por la compra de unas columnas de mármol procedentes de Génova que la Duquesa de Pastrana guardaba en Alicante y Cartagena. Las primeras negociaciones se realizaron en 1596 pero hasta tres años más tarde, en julio de 1599 no se pudo resolver el conflicto por el pago definitivo y no se establecieron capitulaciones con Guillem del Rey hasta noviembre de ese año. En todas las negociaciones e inspección de las columnas además del propio Guillem del Rey, estuvieron también los maestros Alonso Orts y el cantero Francesc Figuerola (h.1560-1632), que se encargaría de la construcción de la escalera. También participaron en su construcción otros maestros como Bartolomé Abril y Juan Bautista Semería quienes contrataron la balaustrada del piso alto, en 1600, y realizaron tres años más tarde la fuente que estuvo en medio del patio hasta su sustitución en 1896 por la estatua del Patriarca esculpida por Mariano Benlliure. Pero, sin duda, es a Figuerola, experto tracista y conocedor de la tratadística clásica, a quien haya que atribuir el diseño del conjunto del patio, tan medido y elegante que saca el máximo provecho, con evidente inteligencia compositiva, de unas columnas ya existentes. La personalidad arquitectónica de Figuerola, que más tarde construirá la atrevidísima escalera de acceso a la biblioteca, se manifiesta también como una de las máximas figuras en la arquitectura valenciana de estos años finales del siglo XVI[37].
Con su planta rectangular de dos pisos de arcos sobre columnas de mármol blanco, este claustro pone de manifiesto la diversidad de lenguajes que preside su arquitectura, tanto compositivos y técnicos. Convencional ya para su momento en el manejo del léxico clásico al organizar los arcos sobre columnas, el conjunto adquiere un inusitado porte elegante, diáfano y vivo, en donde juega sin duda un papel destacado la calidez blanquecina sus columnas y el atildado rigor clásico con que se articula el conjunto. Las columnas dóricas del piso bajo proporcionan los pedestales, los arcos de medio punto con óculos en las enjutas y el entablamento con friso de triglifos. En el piso superior las columnas jónicas apean directamente sobre su basa, separadas por una balaustrada, y se repiten las arcadas con óculos en las enjutas, mientras que el entablamento se suplanta por una sencilla molduración —“cornisa bastarda” según los documentos—, que se compensa con el pretil macizado que recorre el claustro, con bolas y pirámides en las esquinas. Nos sugestiona, asombra, ese tratamiento de las columnas de mármol genovés, que como gemas irradian una pulcra lección clásica al marco que las engasta. Es sin duda un delicado ejercicio de “estilo” a partir de la matriz de las columnas genovesas que fabrica y proporciona un entorno armonioso —en rojiza piedra de Ribarroja— con pedestales en proporción sesquiáltera, de arcos a plena cimbra, de enjutas y discos, todos ellos en una estricta clave clásica. Al contemplar su impronta traslúcida y grácil, elegante y mensurada, nos trae a la memoria no sólo su aire de familia con los patios sevillanos, como la Casa Pilatos por donde transcurrió la juventud de don Juan de Ribera, también esas recomendaciones de las Ordenanzas de Sevilla (1ª ed. 1527) que como nos ha recordado Vicente Lleó[38], establecían a los albañiles la obligación de “saber asentar sus mármoles, y sacar pilares y asentar mármoles y labrar sobre ellos todos los arcos que convengan”.
Las bóvedas de las pandas del patio fueron realizados a partir de 1602 por los maestros albañiles Guillem Roca y Alonso Orts, encargados de la mayor parte de los abovedamientos de ladrillo tabicado del edificio. Sus bóvedas aristadas, más que de arista, en sucesión continua que mueren en el muro, sólo parceladas por arcos en las esquinas del claustro, constituyen una secuencia más de la excelente albañilería quinientista valenciana, patente en claustros como el del monasterio de Llombay (Valencia) o del Convento del Carmen, heredera a su vez de la lección del moderno art de la pedra valenciano de mediados del siglo XV. En esta dirección destacan numerosas dependencias menores, algunas subsidiarias, del Colegio, cuyos abovedamientos acusan una enorme versatilidad técnica y compositiva, concebidos ya a la manera italiana pero con técnicas de abolengo cuatrocentista valenciano. Las bóvedas esquifadas de los vestíbulos, el refectorio o la biblioteca, las aristadas del claustro, la de algibe de la caja de la escalera, la de cañón rebajado y también aristada en la cabecera de la Capilla del Monumento, todas ejecutadas con limpias técnicas tabicadas de ladrillo, convierten al Colegio del Patriarca, en uno de los primeros edificios valencianos que masivamente da cabida a esta renovada técnica constructiva ya puesta al servicio de una imagen clásica. Ejecutores del conjunto de las bóvedas del Colegio fueron en buena medida los maestros albañiles Guillem Roca y Alonso Orts que extenderían estas técnicas en otras obras como las del monasterio de Santa Úrsula, auspiciado directamente por el Patriarca Ribera donde trabajó Guillem Roca, o las parroquiales de San Andrés y San Esteban donde trabajó Alonso Orts. A este tipo de bóvedas debemos añadir otras soluciones que han pasado desapercibidas pero que la documentación nos revela y es el hecho de que algunas de las bóvedas ejecutadas por el maestro Bartolomé Abril empleaban la técnica ligera del encañado, cubierto luego con estucos de yeso[39]. Es una de las noticias más tempranas en el empleo de estos materiales que a medida que avanza el siglo XVII se extienden en el medio valenciano.
En 1599, se capitulaba la escalera principal del Colegio, ubicada en el ángulo sureste del claustro y punto de unión de los dos pisos, la cual, en 1602, se ampliaría conectándola con la biblioteca situada en un tercer nivel. Sin duda la escalera de voltes más monumental de la arquitectura valenciana, las capitulaciones de la misma se realizaron con el maestro Francisco Figuerola, quien desde el año 1598 surge en la documentación trabajando en la obra de jaspe de una cancela de la capilla mayor de la iglesia del Convento. En 1602 la escalera se prolongaría en altura a cargo de los maestros Joan Baixet, Bartolomé Abril y Joan María Quetze, maestros que ya llevaban tiempo trabajando para el Colegio en la realización de portadas y algunos otros elementos de piedra y jaspe de carácter aislado
Concebida a la manera de una escala santa que desembarca en la selecta biblioteca bíblica del Patriarca situada por encima del nivel del Colegio sin otro acceso, su compleja resolución en la más estricta estereotomía parece pensada —conceptual y técnicamente— en términos de exégesis bíblica, acaso sugeridora de la legendaria geometría canteril del templo de Jerusalén.
Alabado este tipo de escalera —de “más de una vuelta” o adulcidas de cantería— aún en el siglo XVIII por el matemático T. V. Tosca en su tratado de montea (1712) —“es el más frecuente, y aunque sus cortes sean más dificultosos, pero es mucho mayor su magestad, y hermosura, y aun mayor la seguridad de su fábrica”, la escalera del Patriarca se erige en desenlace y coda de la moderna estereotomía valenciana de la segunda mitad del siglo XV y todo el XVI, haciendo válida la conciencia de su importancia edilicia en el medio arquitectónico valenciano, expresada claramente en 1565, cuando los escogidos maestros del gremio de pedrapiquers afirmaron de ellas que eran de “molta primor, y de tanta importancia com son sglesies, capelles e claustres“. Su evidente alarde de estereotomía, con sus bóvedas escarzanas suspendidas en el aire, de atrevidos y elevados desviajes, en hiladas perpendiculares a la pared de la caja, complejos encuentros en arista saliente con despiece de dovelas en “v”, o sin ella provocando un acelerado cerramiento continuo, sin duda fue más valorado que cualquier declinación del código clásico. Sus múltiples vueltas marcaban el punto más álgido de este prototipo de escalera, el más importante en el renacimiento valenciano. Eslabones anteriores en estas escaleras de “más de una vuelta” había sido la del palacio de En Bou, o, ya con tres vueltas, la del Colegio de Santo Domingo de Orihuela realizada en 1565, en una fase de obras con presencia activa de maestros valencianos. También seguía este modelo la escalera del monasterio de San Miguel de los Reyes, trazada por Juan de Ambuesa en 1582 y a la que se le añadió un tramo más realizado en mampostería tras consultas con el maestro Gaspar Gregori. De construcción casi paralela a ésta del Patriarca fue a su vez la del mismo monasterio de San Miguel de los Reyes, a los pies del templo, que al unir —en un esquema preimperial— dos escaleras de tres vueltas, obtenía un carácter muy monumental, como ésta del Patriarca, carácter al que desde luego no fueron ajenos los arquitectos del siglo XVIII, como prueba la escalera de la Casa Aduana de Valencia (1758), obra de Felipe Rubio.
Pocas obras valencianas han merecido elogios tan unánimes y tan alta consideración sin importar época ni modas artísticas. Antes de estar ultimada su construcción, en 1602, se afirmaba del colegio “que es ya del mundo octava maravilla / y primera en Valencia y en Castilla”. Y en 1767, el circunspecto Teixidor, hacía suya la barroca prosa de Busquets (1683), biógrafo del Patriarca, al referirse a la capilla: “De su hermoso Templo —afirmaba Teixidor en alusión a Busquets— escrivió lo que la experiencia nos precissa confessar, a saber: `Que suspende la vista y pasma los sentidos, acusando la conciencia del hombre más divertido que le mira, la extraña piedad y devoción que infunde en los corazones más duros, la reverencia y callada veneración que respira la inmensa riqueza de los ornamentos y vasos sagrados, el concierto en la celebración de los divinos oficios, la autoridad con que le sirven, y la harmonia de tantas voces escogidas, que aclaman alabanzas a Dios como aquellos Serafines continuamente; aquí parece se transfiguró segunda vez Christo, haciendo alarde festivo de su gloria en la eminencia de este Templo´”[40]. “Heroica fábrica” para Esclapés, se puede presumir que incluso en el conato de reforma barroca propuesta en la primera mitad del siglo XVIII debió presidir antes la idea de exaltar por la vía del adorno el templo, que la de alterar su considerada sustantividad arquitectónica y artística. Uno de los más brillantes fue el que le dedicó el dramaturgo Andrés de Claramonte, en la obra teatral escrita para alabar la boda del rey Felipe III con Margarita de Austria, celebrada en Valencia. Titulado La católica princesa Leopolda, (1612)[41] describe el “…Colejio famosso / y un estudio en cuyas aulas / se estudia el culto divino / en cinco cátedras santas”, el cual describe con detenido pormenor, incidiendo en la “… compostura / de las capillas gallardas”, “la arquitectura y concierto / quen las bóvedas se enlaçan”, en “la balentía y la fuerza / de los Pinceles que esmaltan / las Paredes…”. “El templo —afirma en este clímax descriptivo— es sólo un relox / donde las oras se gastan / con un divino concierto / que jamás se desbaratan. / Es espejo en que se mira / la virtud la limpia cara / cuya guarnición costossa / son çafiros y esmeraldas”. “De balencia y del Colegio —concluye un tanto exhausto— / contando sus alabanzas / me estuviera un siglo entero / si ella no fuera mi Patria”. No menor fue su repercusión en el medio artístico valenciano moderno. Sólo como muestra vale citar algunos ejemplos conocidos. Su temprana cúpula sobre tambor decorada con tejas vidriadas fue modelo inmediato para otras iglesias y capillas sacramentales seiscentistas; la compleja estereotomía de su monumental escalera constituyó ejemplo constante para futuras generaciones de arquitectos, aun del siglo XVIII; la composición de sus retablos abrió la puerta a un moderno clasicismo generoso en recursos de origen miguelangelesco de tan amplia e importante repercusión en la fachadas—retablo seiscentistas valencianas; diversos artistas, buscaron inspiración compositiva en pormenores del mismo, como José Vergara —frescos del presbiterio de la iglesia de Chiva— o Juan Pérez Castiel —portada de la iglesia de San Andrés—; o el mismo patio no fue indiferente a los requerimientos clasicistas de la Academia de San Carlos, cuyos directores mandaron dibujarlo a sus alumnos.
Asombro, aun en nuestros días, del rigor, orden, con que era mirada esta iglesia, esa religiosa urbanidad que Gracián reparara en el Patriarca Ribera y en su Colegio hoy se nos devuelve, a su vez, en tanto urbanidad artística y arquitectónica. Acaso El Patriarca, nos enseñe otros escenarios desde donde admirar su arquitectura. Como color, en sus cromatismos alicatados o en el saturado bullicio de sus frescos. Como espectáculo de luces y sombras, en sus insondables y artificiosas oscuridades, concentradas, almacenadas en grutas fabricadas a honor y gloria religiosa. Mirar la belleza del elegante centelleo del mármol, materia protagonista del orden arquitectónico del patio, de los jaspes de las columnas de retablos de la iglesia, de las portadas laterales, en contrate bícromo y a la vez matérico. El juego fugaz, verticalista y sombreado, del esplendor “istriado”, repartido por los fustes de la iglesia en sus órdenes compósitos, en sus ordenaciones, contrastadas con las convexidades y concavidades de las molduras de basas y capiteles, arquitrabes, frisos y cornisas. No es casual que una de las directrices constructivas del Colegio del Patriarca, en particular la referida a los dóricos pilares estriados cuadrados que a modo de jambas reciben los arcos de la capilla, se mencionen no en tanto orden arquitectónico sino en su cualidad “istriada”, al modo como Juan de Herrrera refiere con su concisa descripción de las pilastras de la iglesia de El Escorial, las estrías de un palmo de profundidad. Nos trae a la memoria la conocida máxima del templo griego solemnemente reposado sobre rocas de Martin Heidegger, el que hace visible el invisible espacio de la naturaleza de su entorno, el que desoculta la oscuridad y la sombra, la luz y el color, los brillos y las transparencias del aire. También este Colegio —el del Patriarca— nos hace gozar los atributos de la arquitectura en sus valores más míticos, más remotos y eternos, al modo de las obras cumbres de la arquitectura.
[37]Francesc Figuerola era natural de Mora d’Ebre (Tarragona), pero su formación la debió realizar en tierras valencianas ya que desde 1586 se le documenta colaborando con su padre, cantero del mismo nombre, en la iglesia de la Villa de Montesa. Su facultad de tracista se menciona con frecuencia en diversas obras, como es el caso de las que entrega para el Puente del Mar, de compleja estereotomía, en 1591 para que fueran revisadas por Juan de Herrera. Su actividad se prolonga hasta bien entrado en primer tercio del siglo XVII, con obras tan singulares como la Colegiata de Xàtiva, de cuya cabecera —comenzada en 1596 y continuada en el primer cuarto del siglo XVII— fue maestro de cantería y probable tracista, fábrica que mereció en el siglo XVIII los elogios —por su excelente montea— del matemático novator y experto en la arquitectura Juan Bautista Corachán, o la fachada de la iglesia de la Asunción de Almansa (Albacete), para que dio trazas en 1619. También se encargó de la torre y chapitel de la iglesia de Ayora, que pudieron ser cercanas en intenciones a la que se realiza en la iglesia del Patriarca. Incluso podría ser suyo el diseño de la portada de esta iglesia muy próximo en referencias clásicas también al del propio colegio valenciano. Su testamento redactado en Almansa en 1632 revela la posesión de libros de trazas y abundantes papeles del arte, que guardaba en Valencia, lo que nos sitúa a este maestro en el conocimiento de la teoría del diseño arquitectónico y en la resolución por el dibujo de sus problemas de composición.
[38]Lleó Cañal, V., La Casa de Pilatos, Electa, 1998
[39]ACC, Libro de Fábrica, 1603, “Cañas y cercoles para la cubierta de caña del colegio” “pagos a Bartolomé Abril por tantas cañas para las cubiertas del colegio”
[40]Teixidor, J., Antigüedades de Valencia, 1765 (ed. 1895), t. II, pp. 103-104.
[41]Andrés de Claramonte, La católica princesa Leopolda, 1612, Manuscrito en la Biblioteca Osuna