José Fernando Vázquez Casillas
No cabe duda de que la fotografía desde su nacimiento ha sido un instrumento de documentación usado por muchos investigadores. Concretamente, las ciencias y las artes hallan en este procedimiento el recurso adecuado que se adapta a sus necesidades concretas. En este sentido, los historiadores del arte, influenciados por el halo de realismo que rodea a la imagen fotográfica, hacen de la misma una herramienta básica con la que acercar, atrapar y poseer verazmente todas las obras creativas que encuentran a su paso. No obstante, aunque es posible que la mirada objetiva -aquella que no piensa sino que interpreta asépticamente- pueda representar el ente en su plena naturaleza sin interferencias, nunca debe dejarse de lado la subjetividad del ejecutante. En este aspecto, Giséle Freund, en su texto La fotografía como documento social, expone: Si la fotografía, ejerció una profunda influencia en la visión del artista, también cambió además la visión que el hombre tenía del arte. La manera de fotografiar una escultura o una pintura depende de quién está detrás del aparato. El encuadre y el enfoque, el acento que da el fotógrafo a los detalles pueden modificar totalmente su apariencia (…)[1]. Esta afirmación, que ya no es motivo de interrogantes, testifica la importancia que el sujeto, como intérprete de lo artístico, tiene a la hora de realizar la acción. Con estas premisas, algunos autores centran su labor en la interpretación íntima y particular de la obra de arte como entidad plástica que puede ser reinterpretada a través de una nueva visión y de unos nuevos significados. Y es dentro de estos parámetros donde insertamos el ejercicio de Joaquín Bérchez, autor que camina por esta senda de conocimiento y de interpretación.
Consumado historiador del arte, hace de la fotografía uno de sus utensilios de investigación y documentación, dejándose atrapar, poco a poco, por lo estético que conlleva la acción sin abandonar lo analítico. En este sentido, el paso trascendental entre el uso objetivo, sin pretensiones expresivas, y el subjetivo, donde queda recogida la visión plástica del interlocutor, se produce paulatinamente hasta llegar a ser, desde hace unos años, un asunto definitivo. Por lo tanto, las imágenes que confecciona Joaquín Bérchez no son una mera representación testimonial de lo arquitectónico. Lejos de ello, sus obras se inscriben en el ámbito expresivo de lo artístico, donde el fotógrafo aparta al teórico para expresarse directamente a través de lo visual.
En todas sus composiciones subyace el valor de la libre elección que el productor, de forma autónoma, hace del objeto a manifestar. Como consecuencia, la subjetividad del ejecutante nos proporciona un acercamiento diferente al edificio y a sus componentes, como reflejo del compromiso que el autor ha de producirse conceptualmente entre el analista -historiador del arte- y el práctico –fotógrafo- queda solventada en la elección del elemento a fotografiar, puesto que el referente siempre está relacionado con lo constructivo. En este aspecto, se origina una nueva perspectiva de la obra de arte, la arquitectura, ya que los protagonistas de las escenas no son la totalidad del conjunto sino la abstracción de sus partes. Por todo ello, su trabajo se puebla de contemplaciones volumétricas que parten de lo real y que, bajo su propia mirada, nos conducen al mundo de lo irreal, de lo inventado, llegando incluso en ocasiones a lo fantástico. Toda la percepción que se tiene de los elementos es alterada y nos aproxima al ensimismamiento que el artífice experimenta ante la contemplación de la obra. De este modo, la elección del componente a representar es testigo firme de la personal idiosincrasia de este creativo, de su reflexión, así como de la pasión que siente por la arquitectura. Por todo ello, sus composiciones ahondan en la plástica de los volúmenes y en la abstracción de las masas mediante las que reconstruye la propia construcción. Curvas insinuantes, rectas tajantes y geometrías espaciales forman parte de sus representaciones, en las que lo cromático juega su papel expresivo. En este sentido, el color y el blanco y negro son utilizados adecuadamente resaltando las áreas elegidas como actores principales de su vocabulario, siempre captado todo con una luz natural que acentúa el no artificio. Del mismo modo, plantea vistas y secciones de diferentes edificios donde, igualmente, deja representada la interesante fusión [Moneo retablista. Ayuntamiento de Murcia, 2005] que se produce en su labor de lo fotográfico y lo arquitectónico. Por lo tanto, el acercamiento que durante tanto tiempo ha realizado a este tema de forma teórica pasa a ser encarado desde los presupuestos de la fotografía y nos deja un testimonio fructífero que identifica a este fotógrafo como representante de un género complejo.
[José Fernando Vázquez Casillas, “Joaquín Bérchez: La mirada del contemplador apasionado”, Joaquín Bérchez. Fotografías, Universidad de Murcia, Murcia, 2005]