Histori(ej)as de columnas

Fernando Marías

Contaba el pintor y teórico Antonio Acisclo Palomino, y nos lo ha recordado recientemente Joaquín Bérchez[1], que uno de los géneros que en la pintura podían cultivarse era el de las “historiejas”, el de escenas “de casualidades”, de lo que suele acontecer en campos o en poblados… “merendando unos, y paseando otros”, en las que la arquitectura cobraba una especial importancia. Si entre semejantes imágenes contaba Palomino tanto “los sitios de ciudades”, que hoy llamaríamos corografías o paisajes urbanos, como las escenas de caza o “monterías”, ¿cómo denominar las imágenes de un historiador de la arquitectura que fotografía sus ciudades?

Evidentemente, si intentamos mantener los paralelos del arte de la pintura, que nos ha enseñado a ver y a hablar tanto de los paisajes como de la fotografía, no podemos hablar de historias, término en apariencia demasiado serio y que requeriría unos grandes hechos que tuvieran lugar en los espacios comprimidos de sus escenarios arquitectónicos. Tampoco son simplemente paisajes urbanos, que dependen de la fragmentación, del enmarcamiento, del aislamiento, que la mirada del artista impone a la realidad circundante.

Las series de fotografías de las comunes columnas salomónicas de las iglesias de San Bartolomé de Benicarló o de la Asunción de Vinaroz cuentan histori(ej)as diversas. Éstas (Cat. 04/05) hablan de perfiles turbinados, de epidermis oscilantes y también de heridas, de tiempos recientes; aquéllas (Cat. 01/02/03) hablan de cuerpos tridimensionales y ondulantes, de historias y épocas remotas y de sensaciones del presente.

De la primera serie (Cat. 01/02/03) se podría contar su propia historia, que comienza fuera de los espacios y de los muros de esta exposición, pues los primeros “cuerpos salomónicos” han tenido que quedar fuera por razones que más que historiejas serían tal vez consejas de vieja. Fue la primera vez que la mirada de un historiador de la arquitectura como Joaquín Bérchez se enredó con un fragmento que humanizaba hasta extremos insospechables unas arquitecturas columnarias, supuestamente antropomórficas desde los tiempos más antiguos; en cierto sentido, ese diálogo resumía una nueva relación con la arquitectura, que resultaba más elocuente en su fragmentación que en su conjunto, con el teleobjetivo que con el gran angular, y se hacía más incisiva en su visión crítica y no solo aparentemente hedonista. Nunca pudo repetirse esa fotografía inaugural; la técnica, los objetivos, las condiciones espaciales o las circunstancias lumínicas impidieron su réplica exacta, pero dieron pie a una histori(ej)a de columnas que solo se muestra aquí en sus últimos capítulos.

La segunda fotografía de Benicarló (Cat. 02) que se expone es, no obstante sus diferencias, la más próxima a la primera y sustraída pero, a pesar de sus analogías compositivas, de punto de vista y de encuadre, es también radicalmente distinta. Las cuatro columnas han ganado volumen, consistencia y turgencia gracias a una nueva luz, pero han perdido su sorprendida desnudez, su inerme carnalidad. La tercera de la serie (Cat. 03) nos ha ofrecido una lectura de superficie epidérmica y una lección matemática de la compleja y doble curvatura cóncavoconvexa de un seno salomónico, similar en su geometría a la de una cintura femenina.

La primera de la serie y la última de la historieja (Cat. 01) transforma algunas de las fotografías de la serie completa con solo sus dos columnas. La mirada –no solo palabra- del historiador ha conseguido en ella -¿espacios comprimidos/comprendidos?- recuperar los orígenes, quizá vegetales, tal vez incluso solo antropomórficos, de estos soportes salomónicos, propios de tabernáculos eucarísticos y vinos de consagrar, de retablos sagrados e iglesias barrocas con voluntad mosaica. Se han transformado ahora en columnas danzantes, casi contorsionistas, de bacantes entrelazadas que bailan emparejadas siguiendo una suerte de liturgia primitiva, de una coreografía griega para un número dual. Éstas columnas salomónicas se han hecho menos sagradas que profanas, recubiertas de los pámpanos de las vides de futuros vinos, más propias del culto dionisiaco de las mujeres helenísticas que debió de haberlas justificado en el pasado, y que se nos arrojan intuitiva y sabiamente a nuestra experiencia presente de lo arcano y lo pretérito. Historias e historiejas.

[Fernando Marías, “Histori(ej)as de columnas”, Espacios comprimidos, Universidad Politécnica de Valencia, Valencia, 2003]