“Si la iglesia del monasterio de Benifassà ha llegado a nuestros días en franco estado de deterioro, no así ocurre con la de Santa María de Morella. Pocas iglesia medievales valencianas han resistido como ésta de Morella a las tentaciones modernizadoras –barrocas o neoclásicas- de su estructura. La aportación de los siglos a su originario núcleo no ha desmerecido su importancia. Las magníficas portadas góticas, ya adentrado el siglo XIV; el singular y atrevido coro alto en el segundo tramo a los pies, del siglo XV; la exuberante decoración barroca del retablo mayor o de la caja del órgano, no restaron protagonismo a su temprana fábrica gótica, tan sustantiva en la concepción monumental del templo. Tormo lo calificaría en 1923 como el ‘templo gótico más interesante de la región valenciana’, aunque para esas fechas la mayor parte de los monumentos valencianos medievales, incluida la catedral de Valencia, estaban por descubrir, revestidos o remodelados en época moderna.

Los trabajos preparativos para la construcción de la iglesia de Santa María de Morella se iniciaron en 1265, con la nivelación de terrenos y el parapeto de contención de la montaña. Pero es en 1273 cuando se puede considerar que de verdad comienzan las obras, fecha coincidente además con la adjudicación por parte del rey Jaume I del llamado ‘terço’, la tercera parte de las primicias del término general de la villa que administrará el consejo de la municipalidad, y que debía estar destinado a la construcción y el mantenimiento del culto. Esta importante fuente de ingresos permitiría que las obras avanzaran con relativa rapidez y que en 1311 hubiera ya una primera bendición del templo. No obstante, la llegada en 1315 del maestro Pere Bonull, a quien se atribuye la portada de los Apóstoles, supuso un impulso definitivo para la obra de la iglesia.

La arciprestal de Morella, construida toda ella en excelente cantería, con sus tres dilatadas naves, altas y diáfanas, con apenas diferencia de altura y cuatro tramos casi cuadrados, mira a la catedral de Valencia en esos momentos en construcción, por más que su cabecera esté resuelta con tres ábsides poligonales, más frecuentes en otros ámbitos de la Corona de Aragón o carezca de crucero y cimborrio. El primer proyecto de la catedral de Valencia con sus tres naves, iniciales bóvedas de crucería de cantería -visible en el primer tramo del crucero inmediato a la puerta del Palau- o con los despejados arcos apuntados de su nave principal, remontando sus extremos ojivales la altura de los pilares baquetonados, penetrando en el diafragma del cuerpo de ventanas, debió dejar su poso en el de la iglesia de Morella. El perfil convexo de sus arcos fajones e intercolumnios ha sido puesto en conexión con la iglesia del Salvador de Burriana, que mantiene formas muy similares, señalándose la posibilidad de que ambas mantuvieran nexos comunes. Entre estos, el clérigo Doménech Beltall (+1292), que antes de ser nombrado arcipreste de Morella, había sido párroco de Burriana, planteándose la posibilidad de que hubiera utilizado al mismo maestro para las dos obras. Se trata en todo caso de detalles léxicos, que no invalidan la indudable estela que debieron de ejercer los talleres de la fábrica de la catedral en las primeras obras de entidad monumental construidas en el siglo XIII valenciano. La misma iglesia de Burriana, aproximada su construcción a la mitad del siglo XIII, de una ancha nave y poderoso presbiterio heptagonal con cinco capillas radiales, presenta similitudes decorativas en la talla de los capiteles de algunas capillas de la cabecera con los de la primera fase constructiva del interior de la catedral valenciana, pródigos en capiteles de impronta románica, con palmetas anilladas por cintas perladas en la cesta de los capiteles, ábaco cuadrado y remates troncopiramidales decorados con vides entrelazadas.

La elegancia de su temprana concepción gótica, con austeras bóvedas de crucería de sillares perfectamente cortados, la lógica de la prolongación estructural de los nervios ojivos y formeros en los pilares, con sus agrupaciones columnarias alojando diversidad de baquetones en los intersticios, el mismo perfil convexo de los arcos fajones, aportan una especial impronta arborescente, orgánica, a los cuerpos altos. Allí señorea la diversidad en el modo de encapitelar, con tamaños y alturas diferentes, vasos de capitel achatados y ornamentados con roleos y palmetas y, sobre todo, ábacos de molduras prismáticas, ya más atentos al orden estructural de las bóvedas que a la lógica compositiva de las columnas. Por contraste, en la ordenación de los fustes y pedestales de los pilares aún persiste otro tipo de elegancia, sin duda llamada a desaparecer. Pedestales de claridad rectilínea asientan cuidadas basas áticas molduradas con primor casi clásico, fustes cilíndricos semiadosados, haces dispuestos con voluntad de orden arquitectónico, delicadas garras de acanto ligando el toro de la basa y el ángulo del pedestal. Aquí, la iglesia de Morella parece volver la mirada antes que a Valencia, a Tarragona y a su silente poso romano.”

[Joaquín Bérchez y Mercedes Gómez-Ferrer, “Traer a la memoria”, Traer a la memoria. La época de Jaume I en Valencia, Valencia, 2008]

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