Mente y ojo clarividentes

Alfonso Rodríguez G. de Ceballos

Joaquín Bérchez reúne dos condiciones, que suelen coincidir muy raramente en una misma persona, la de experto fotó­grafo y sagaz historiador de la arquitectura, para poder ofrecer una visión de la Plaza Mayor, en sus doscientos cincuenta cumpleaños, históricamente fidedigna y al mismo tiempo sumamente evocadora de vivencias personales. Fotógrafo laurea­do en certámenes internacionales, ha expuesto durante los últimos años en Valencia, Castellón, Gandía, Murcia, Palermo y Granada, siempre en selectos ámbitos universitarios, y ahora en Salamanca. Historiador del arte y de la arquitectura que explica en su cátedra de la Universidad de Valencia y también en otros foros mediante libros, artículos y conferencias, ha recorrido además, cámara en ristre, innumerables ciudades y lugares de España, Europa y América, para añadir al discurso oral una visión ocular más genuina, la que ofrece al análisis el propio monumento, contemplado desde la cercanía del dia­fragma y el enfoque preciso que lo desentrañan.

Por eso no dudé en acudir a él para ilustrar la nueva y lujosa edición que se prepara de mi libro sobre la historia y arqui­tectura de la Plaza, en que, juntos, hemos pretendido que el lector comprenda de una nueva manera el nexo existente entre texto escrito y monumento arquitectónico mediante una esclarecedora serie de imágenes fotográficas absolutamente diferentes de las habituales. Joaquín Bérchez empleó tres agotadoras campañas, de varios días de duración cada una, para obtener cientos de fotos, de las que ahora ha seleccionado solamente 29 para la exposición. La Plaza Mayor fue su obje­tivo preferente, pero juntos, recorrimos otros monumentos y parajes salmantinos, rememorando él recuerdos de sus años estudiante en la Universidad de Salamanca y ávido de capturarlos con su cámara.

Se hospedó durante las tres campañas en el mismo hotel de la Plaza para, desde sus balcones, tenerla continuamente al alcance de la cámara, fotografiándola a cada paso de las horas, pues la luz, sus reflejos y destellos en la piedra dorada de Villamayor le hacían escrutar nuevas y cambiantes visiones, casi como Monet pintaba el paso fugaz del tiempo en la fachada de la catedral de Rouen. Las fotos 14 y 18 de la exposición, por ejemplo, han pretendido percibir el contraste luminoso que media entre las torres y la cúpula de la Clerecía, que se asoman a la Plaza por encima de la acera de San Martín, iluminadas cenitalmente por el sol de mediodía, y la silueta en sombra, contra un cielo preñado de nubarrones, que ofrecen al atardecer de un día de otoño. E incluso en fotos de composición arquitectónica y de pormenores precisos de escultura y ornato de la Plaza juega con la contraposición entre las superficies duramente iluminadas y las sombras abatidas que ellas mismas proyectan.

Pues efectivamente las fotos de la Plaza que aquí se exhiben tienen el propósito en primer término, sí, de brindar vistas de conjunto de sus fachadas, al modo de las viejas corografías de las ciudades, como también de detalles y pormenores arquitectónicos que sólo el arte de la fotografía permite analizar visualmente con un rigor que escapa al discurso escrito, pero también el de ofrendar una perspectiva de la plaza como espacio social, cambiante igualmente con el paso de las horas. Aunque esta perspectiva es actual, sin embargo consiente imaginar perfectamente que la función de la Plaza como escenario de la vida ciudadana debió ser aproximadamente igual a lo largo del tiempo histórico. Así algunas fotos captan a la perfección el espacio cuadrangular de la Plaza silencioso y vacío a primeras horas de la mañana o transitado por personas madrugadoras, un espacio que se empieza a poblar paulatinamente por diferentes personas cuyo caminar se refleja en las baldosas del pavimento recién regado o mojado ligeramente por la lluvia fugaz del amanecer. Los que deambulan más tarde en su apresurado paso proyectan una visión borrosa de cuadro impresionista, mientras otras gentes al medio día y a la tarde ocupan las terrazas o se sientan en los bancos de piedra para matar el tiempo, contemplando algún espectáculo callejero como el del titiritero, cuya sombra horizontal se abate sobre el pavimento formando curioso ángulo recto con su cuerpo. No en vano Bérchez ha elegido acertadamente como título de la exposición «Desde la Plaza», es decir lo que intenta -y lo consigue- es justamente trasmitir la visión que percibe de la ciudad y de la vida ciudadana desde su corazón, desde la Plaza.

La maestría profesional del fotógrafo se asegura igualmente en otras fotografías de distintos enclaves de la ciudad. Es pena que no se hayan podido exponer más de las que realizó de la Catedral Nueva, de la iglesia de la Clerecía y Universidad Pontificia, del palacio de Anaya y del convento dominicano de San Esteban. De la Pontificia hay dos en la exposición, destacando singularmente la del patio de los Estudios, cuya arquitectura resalta en su enorme poderío gracias al uso del gran angular, pero manipulado para corregir distorsiones y deformaciones, no alterando de esta manera un encuadre absolutamente ortogonal. De San Esteban están la preciosista perspectiva alcanzada de lejos, desde la plaza de Anaya, en la que las formas parecen desleídas a la luz del atardecer, así como, todo lo contrario, un detalle de pureza cristalina donde el ojo es capaz de percibir hasta el último pormenor de uno de los laterales de la fachada de la iglesia.

Joaquín Bérchez manifiesta, por cuanto el espectador de esta exposición de sus fotografías de Salamanca podrá comprobar, que toda la ciudad, pero en particular su Plaza, ya secular, mantienen la vigencia de lo eterno por medio del lenguaje inmutable de la arquitectura, pero que simultáneamente el paso fugaz y perecedero del tiempo histórico deposita su huella en lo inmutable y eterno y a través de este nexo lo hace vivo y actual para que nos siga hablando elocuentemente todavía en el siglo XXI. En él se aúnan la clarividencia de la mente, propia del historiador, y el ojo escrutador e igualmente clarividente del fotógrafo.

[Alfonso Rodríguez G. de Ceballos, “Mente y ojo clarividentes”, Desde la Plaza, Salamanca, 2005]