“Pero esas virtudes que acabamos de mencionar encierran otra dimensión más inmediata y libre: su poderosa sensualidad. Joaquín Bérchez lo demostró lúcidamente, ya en su momento, con sus fotografías de columnas salomónicas de un exaltado erotismo que nos traen a la mente el mito de Pigmalión, quien, enamorado de la estatua femenina que había labrado, consiguió de los dioses que le otorgaran la vida; de la misma manera, en sus fotos de las columnas salomónicas, las vueltas del fuste evocan el lento desperezarse de miembros femeninos y la luz parece deslizarse sobre una piel suave.”
[Vicente Lleó Cañal, “Memoria del Mármol (a Joaquín Bérchez)”, Pedreiras, carne de dioses, Valencia, 2012]
“Antonio Bonet Correa conoce perfectamente esta propensión mía por los alardes de la estereotomía o por las obsesiones geométricas y deformadas de la arquitectura oblicua del tratadista barroco Juan Caramuel, y sentí en sus palabras una percepción nada académica, antes bien más inesperada y violenta en lo fotográfico que la que yo había entrevisto. Mencionó por ejemplo mi ‘irresistible atracción’ por lo anómalo y supo cifrar algunas fotografías con una exactitud insólita: ‘columnas que copulan’ fueron las tres palabras empleadas para definir la foto que posiblemente fue la culpable de mi vuelco fotográfico, como es la fotografía (a la que siguió luego una serie) de las columnas salomónicas de la fachada de la iglesia de San Bartolomé en Benicarló (Castellón), algo que no escapó tampoco a Luis Fernández-Galiano al recoger sus palabras y añadir la frase ‘fiesta dionisíaca de la carne pétrea’.
Como una de esas manchas de tinta del test de Rorschach, estas columnas, impregnadas por el erotismo óptico de sus piedras, se convertían en una insólita arquitectura de diván, susceptible de provocar múltiples argumentos, ajenos a las categorías religiosas con que quisieron caracterizarlas en el Barroco, y ahora, como si se tratase de una razonable vindicación histórica, volvían a recobrar por medio de la fotografía un intuido pasado histórico y mundano olvidado. ‘Éstas columnas salomónicas –escribió con sagacidad Fernando Marías– se han transformado ahora en columnas danzantes, casi contorsionistas, de bacantes entrelazadas que bailan emparejadas siguiendo una suerte de liturgia primitiva, de una coreografía griega para un número dual…, más propias del culto dionisiaco de las mujeres helenísticas que debió de haberlas justificado en el pasado’.
Otras miradas pusieron en valor otras percepciones, expresión una vez más de la sorpresiva capacidad de la fotografía para procrear sensibilidades diversas, como la que escribió con su placentera prosa Pilar Pedraza: ‘columnas salomónicas preñadas, dulces como grupas, como si sus fustes se movieran intentando digerir grandes panes que hubiesen tragado’. Creo que pocas fotos mías han volado tanto y desde luego encontró su marco más adecuado, no sin cierto aire de provocación académica, cuando Fernando Marías y Guido Beltramini la llevaron a la copertina de la prestigiosa revista de arquitectura Annali di Architettura, del Centro Internazionale di Studi di Architettura Andrea Palladio de Vicenza. Fue también algo así como la piedra de toque de mi despertar a la fotografía, a sus estrategias.”
[Joaquín Bérchez, “Fotografiar la arquitectura histórica”, IV Jornada de Arquitectura y Fotografía, ed. Iñaki Bergera, Zaragoza, 2015]