“Bérchez opone no tanto piedra y luz como piedra y hombre, pero los neutraliza a ambos mediante una operación pactada en la que lo primero no existe sin lo segundo, y uno y otro convergen tanto en la pétrea arquitectura de la plaza como en la móvil figura de los seres humanos que la cruzan, se sientan en sus bancos, hacen juegos malabares, hablan, caminan o esperan, y dejan en ella sus graffiti, como el que Bérchez recoge de una puerta metálica y en el que la pintura de un gamberro se aviene y dialoga con el lienzo de piedra que lo enmarca, humanizándolo a su vez.”

[Jaime Siles, “Joaquín Bérchez: La luz imaginada”, Desde la Plaza, Salamanca, 2005]

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