La Seo de Xàtiva – Introducción

En 1732 el matemático y experto en arquitectura Juan Bautista Corachán, ante la pérdida de planos originales y a la vista de la obra construida, fue requerido por los jurados de la colegiata de Xàtiva para dar su opinión sobre la continuación de la fábrica del templo. En dicho informe[1], a modo de conclusión, aconsejaría “mejorar conformándose con lo moderno sin contravenir a lo antiguo ya echo antes, enlasandole y hermoseandole más”, consejo que puede cifrar a la perfección la compleja suma de momentos por los que transcurrió la construcción del templo setabense durante más de tres siglos. Complejo palimpsesto arquitectónico, la colegiata de Xàtiva es en buena medida resultado de un cúmulo de circunstancias proyectuales y constructivas que se solapan entre sí, mediando dilatados períodos de inactividad motivados por realidades diversas como eran el difícil subsuelo rocoso sobre el que se asentó la fábrica, el inestable sistema de financiación por destajos, los largos conflictos en la permuta de terrenos o la violencia de terremotos, pudiendo apuntarse que buena parte de los altibajos de su construcción se erigen en espejo de los avatares sociales y económicos por los que discurrió la ciudad de Xàtiva en la época moderna.

Proyectada y comenzada a construir en el año 1596 por la cabecera, la colegiata vio paralizada su obra en torno a la segunda década del siglo XVII; más tarde, en una segunda fase que transcurre entre 1683 y 1705, recibió un segundo impulso que afectó principalmente al crucero y sus fachadas, así como al engarce del mismo con la cabecera; y, tras la guerra de Sucesión y el incendio de Xàtiva en 1707, las obras no se reanudaron hasta 1732, momento en el que tras diversos informes, entre ellos el citado de Corachán, se procedió a cubrir el presbiterio y el crucero, emprendiendo la construcción de la nave en sus dos tramos inmediatos, obras que concluyeron no sin interrupciones en 1777. A partir de estas fechas se suceden proyectos y obras para la cúpula, el tabernáculo de jaspes, la fachada principal o la torre campanario, prolongándose su fábrica, incluida la de los tramos de los pies del templo, hasta las primeras décadas del siglo XX, como delatan elocuentemente diversas fotografías de época. También en el año 1885 se levantaría una nueva cúpula tras el derrumbe de la construida en el siglo XVIII por un temblor de tierra. No es, pues, de extrañar que el erudito Orellana a finales del siglo XVIII —sin duda recogiendo una opinión extendida en el ambiente valenciano— comentase con ironía la abusiva demora de la “sumptuosa” obra de la colegiata: “…si otras (aun grandes) cuentan su crecimiento por años, esta la va contando por centurias”, haciéndose eco del dicho “aixó será com la Seu de Xàtiva” como sinónimo de obra interminable.

Esta colegiata, de tan azarosa construcción, nunca alcanzaría a ver cumplidas las expectativas de monumentalidad histórica con la que fuera concebida o proyectada, con una imagen actual un tanto desdibujada que no se corresponde con los propósitos que en su día debieron alimentar sus promotores y arquitectos. No obstante, cuenta en su haber la cristalización de estas intenciones en fachadas o estructuras concretas del edificio, por sí mismas de una evidente significación histórica-artística en cualquier panorama de la arquitectura española. La importante nómina de arquitectos o personalidades afines a lo arquitectónico que dirigen o firman proyectos, es elocuente de la alta consideración arquitectónica que rodearon su proceder constructivo: Pedro Ladrón de Arce, Francesc Figuerola, mosén Joan Blas Aparici, mosén Casimiro Medina, José Sierra, fray Alberto Pina, José Francisco Ortiz y Sanz “el vitruviano”, Ventura Rodríguez o Pedro Arnal. Del mismo modo inspeccionan su obra y firman informes figuras como la del matemático Juan Bautista Corachán, el teniente coronel de infantería Felipe Gavilá, Jaime Bort, arquitecto director de la catedral de Murcia, los arquitectos de Valencia José Vilar de Claramunt y José Herrero y el académico Vicente Gascó o ya en el siglo XIX Joaquín Cabrera y Juan de Madrazo. Signo de notoriedad, los arquitectos que participan en su construcción, firman sus documentos en otros lugares de la geografía valenciana con el orgulloso título de maestro mayor de las obras de la Seo, dándose la circunstancia de constituir tal dirección el argumento central de toda una trayectoria a la hora de solicitar el ingreso en la Academia de San Carlos, como fue el caso de fray Alberto Pina.

La colegiata fue sin duda para sus contemporáneos —en tanto templo principal de la segunda ciudad del Reino con pretensiones de catedralidad— una émula respuesta a la medieval catedral de Valencia, desde las categorías de la arquitectura moderna, con su peculiar tipología de colegiata, más próxima al modelo catedralicio que al parroquial, con tres naves y desahogadas capillas laterales –las de la nave comunicadas entre sí-, crucero de pronunciados brazos al exterior y cúpula asentada sobre poderosos pilares, cabecera cerrada por un muro poligonal de nueve lados con fluido deambulatorio y capillas radiales y un presbiterio alargado y abierto por pilares. Su severo interior fabricado en piedra y declinado en clásico tiene un acentuado efecto verticalista y un indudable aire de familia con el clasicismo escurialense, especialmente sensible en la organización de los machones del crucero, impronta evocada por los historiadores que se han acercado a su estudio —“siendo curiosa la severidad decorativa, casi escurialense, del proyectista”, escribió Tormo en 1923[2]—. Concebida su construcción y sobre todo el abovedamiento en la esteretomía renacentista, el templo de la colegiata se erigió en un excepcional ejemplo de la cantería fabricada en los modernos cortes de piedra, proceder para esas fechas extraño en el entorno de la ciudad de Valencia. Admirada por arquitectos y expertos, su destacada presencia en la cabecera y capillas en particular fue objeto de estudio y estímulo para el resurgir de la estereotomía en el siglo XVIII y aun en el XIX en la propia colegiata, como evidencian las capillas de los dos tramos de la nave de lado del crucero o la escalera de la torre campanario. Acaso sea su imagen externa, en especial sus fachadas, la que mejor exprese las intermitencias y momentos álgidos de su construcción durante más de tres siglos, en un explícito muestrario de estilos que abarcan el maduro renacimiento de comienzos del siglo XVII de la portada de la cabecera, el vanguardista barroco –en clave oblicua- de finales del siglo XVII de las fachadas norte y sur del crucero, o la ecléctica fachada principal, de la segunda década del siglo XX, antes apresurada solución de compromiso que coda.

Una de las cuestiones más importantes y complejas con la que se enfrenta al análisis de esta colegiata es dilucidar lo construido en las distintas fases con el objeto de estudiar y entrever las ideas que presidieron sus proyectos originales a lo largo de tan dilatado período de construcción. Por más que en este estudio se aporten noticias inéditas –como los interesantes informes del matemático Juan Bautista Corachán en 1732- o reveladores planos históricos del templo –como el proyecto de colegiata de fray Alberto Pina del año 1760-, la información documental que rodea su dilatado y complejo proceso constructivo es aun parcial, en especial la que permita apuntalar con precisión las intenciones que guiaron tanto el primer proyecto de 1596 como el de 1683, sin duda los dos momentos más decisivos que fraguan el núcleo interior que configura la imagen posterior de la colegiata. A pesar de estas carencias documentales, a quien se adentra en su conocimiento sorprende la generosa capacidad que tiene su dilatada fábrica para tematizar en torno a ella noticias e informaciones del máximo interés para comprender las certidumbres y directrices de la cultura arquitectónica de su tiempo y lugar, algunas de un hondo calado histórico en un panorama español. Edificio, pues, pleno de porvenir historiográfico, esta colegiata ofrece a quien se acerca a su estudio una incógnita similar a la que jurados de fábrica, expertos y arquitectos se encontraron en el primer tercio del siglo XVIII al intentar esclarecer la idea del templo proyectado en fechas anteriores —lo que Corachán llamaría “lo antiguo ya echo antes”— a falta de proyectos y noticias, sin más recursos que las huellas de lo construido, sólo que ahora con la yuxtaposición —el “enlasandole y hermoseandole más” que también aconsejara Corachán— de lo construido en épocas posteriores.

[1] Se trata de un conjunto de textos inéditos que se conservan en el Real Colegio del Corpus Christi de Valencia, “Apuntamientos del Dr. Coratjá”, en el volumen manuscrito Miscellanea Mathematica de la Biblioteca de Mayans, vol. núm. 460, fols. 455-464. Se encuentran transcritos en el capítulo de Textos y Documentos en torno a la colegiata de Xàtiva.

[2] Tormo, E., Levante, Madrid, 1923, p. 209.

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