“Pocos objetos como el primitivo sello de la ciudad de la ciudad de Valencia, con su microarquitectura encastillada sobre ondas de agua, logran impregnar elaboradas construcciones históricas y gráficas, en las cuales se derraman poéticos afectos –no exentos de autocomplaciencia- por el lugar, la ciudad de Valencia. La historia de la mixtificación de las bondades acuíferas de la ciudad de Valencia con su temprano sello corporativo, hay que buscarla en la loa urbana que pronunciara Alonso de Proaza (ca. 1445-ca. 1519), clérigo, bachiller en artes y destacado humanista, en un poema castellano incluido al final de su composición latina, la Oratio Luculenta laudibus Valentia, dedicada a los jurados de la ciudad y leída ante el claustro universitario en 1505. La frase de Proaza –‘Valencia, en mejor suelo del mundo, en mejor sitio fundada, de ríos, fuentes, lagunas, de estanques y mar cercada, como Venecia la rica, sobre aguas asentada’- recogía un tema que ya habían estado presentes en los historiadores árabes y medievales como Eiximenis, en referencia a la ciudad y a sus fértiles huertas regadas por el río Turia y sus acequias. Era además una elaborada exégesis humanista, atenta a la preceptiva de la retórica encomiástica latina, en concreto de la alabanza a la ciudad de Roma basada en la benignidad y cercanía de sus aguas cristalinas en ríos, lagos y mares, la cual trasvasaba con calidad literaria a la ciudad de Valencia.

La deuda de Valencia con el agua cuajaría firmemente en el imaginario colectivo de los habitantes de la ciudad durante la época moderna. No obstante, la prosa literaria de Proaza estaba necesitada aun de una genealogía y de una imagen que permitieran pensarla y argumentarla desde una ceñida memoria histórica del lugar, en concreto del asentamiento o fundación de la propia ciudad de Valencia sobre aguas. Este nuevo énfasis histórico y gráfico correspondió a Pere Antoni Beuter, quien en la edición valenciana de 1538 de su Primera part de la història de València…, incluyó una expresa referencia escrita a la fundación de la ciudad de Valencia sobre las aguas y, sobre todo, fijó esta imagen en la del antiguo escudo, primeras armas, de la ciudad: una ciudad amurallada y torreada que gravitaba sobre ondas de aguas. Años más tarde, en la edición castellana de 1546, magnificó esta referencia al escudo de la ciudad en la portada. Beuter sería, pues, el creador del mito histórico de la Valencia sobre aguas, al fusionar, retórica y gráficamente, los momentos fundacionales de la ciudad valenciana con uno de los paradigmas latinos de la urbs ideal, como era el de la abundancia de aguas cristalinas. El escudo, presumiblemente se había utilizado durante el siglo XIII y primera mitad del siglo XIV, hasta que en 1377, tras una disposición del Consell Municipal, se ordenó sustituir los escudos de edificios y formas de ciudad, por el de la señal real y barras rojas y amarillas. Sin embargo, el escudo de la ciudad sobre aguas estaba aún presente en Valencia y podía verse tanto en documentos municipales como en los propios edificios de la ciudad.

Uno de los ejemplos conservados más tempranos es el que pende del pergamino catedralicio, de 27 de mayo de 1312, documento que versa sobre una notificación del justicia de Valencia al común de Génova en relación con el hijo de Roger de Lauria. Es un sello pendiente de cera casi negra, con reborde en forma de caja circular. Tiene los elementos característicos de esta divisa, una ciudad amurallada con cuatro torreones y uno central más elevado sobremontado por una cruz, y las aguas que se indican con líneas onduladas. Su leyenda, S. CURIE ET CONCILII VALENCIE, expresa las dos principales atribuciones ciudadanas, regir la colectividad por el Consell y administrar la justicia en la corte.

En el siglo XVII, este microcosmos de la ciudad de Valencia construido por Beuter terminaría por construir a los valencianos. Se deposita en esta imagen, con un alto valor metonímico, un denso sentimiento histórico de lugar, de valores patrios. Prolifera su imagen en la portada de la Lithologia (1653) de Vicente del Olmo, los jeroglíficos de las justas inmaculistas (1665), la portada de los Anales y Crónica de Aragón de Uztarroz (1663), el atlas de Blaeu,(1672) o, muy especialmente, señorea en la mixtificación literaria de las Trobes de Mosen Febrer, certificando -antes que una realidad histórica- la fabulosa representación histórica en la que quisieron verse los valencianos de su tiempo : ‘De les moltes aygues; ab que no es impropia, La Divisa antiga, en lo camp d’argent, Una ciutat bella sobre aygua corrent’”.

[Joaquín Bérchez y Mercedes Gómez-Ferrer, “Traer a la memoria”, Traer a la memoria. La época de Jaume I en Valencia, Valencia, 2008]

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